Por Gabriela Bustamante

La muerte de José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, ocurrida el 30 de marzo de 1985, provocó tal impacto que debió renunciar a la Junta Militar el general director de Carabineros, César Mendoza. Agentes de esa institución policial degollaron y asesinaron en Quilicura a tres personas para causar temor entre los chilenos.

«Tengo imágenes de reconstitución de escena de José Fuentes (Alías El Pegaso) degollando a mi padre. No las publico por respeto a mis hijas, que no tienen por qué ver lo que le hicieron a su abuelo. Me rebelo ante la indolencia de un Estado que beneficia asesinos».

Esta fue la primera reacción de Manuel Guerrero Ortiz, en su blog «De recuerdos, olvidos y deseos», en septiembre de 2012, cuando se supo sobre los primeros beneficios carcelarios (salida dominical) que Gendarmería otorgó al coronel en retiro Guillermo González Betancourt (Alías El Cojo) y al sargento retirado José Fuentes, exmiembros de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (Dicomcar), condenados a cadena perpetua por el ministro Milton Juica, en 1992, por el secuestro y asesinato de tres profesionales comunistas: Manuel Guerrero (profesor, dirigente de la Asociación Gremial de Educadores de Chile, AGECH), José Manuel Parada (sociólogo, jefe del Departamento de Análisis de la Vicaría de la Solidaridad) y Santiago Nattino (publicista), además de los secuestros de otras seis personas, en el llamado «caso Degollados».

Ahora se conoció que a mediados de 2013, el 24 de junio, apenas cuatro días después de que la Corte suprema confirmara la salida dominical de los reos, la institución penitenciaria les otorgó el mayor de los beneficios: poder salir de Punta Peuco todos los días hasta por quince horas diarias. Los familiares de las víctimas no habían sido informados de esta medida, acaba de revelar El Mostrador.

El macabro crimen

La noche del 29 de marzo de 1985 se produjo el secuestro de Santiago Nattino desde Av. Apoquindo. Al día siguiente en la mañana, en la puerta del Colegio Latinoamericano de Providencia, fueron plagiados Manuel Guerrero y José Manuel Parada.

Un Station Wagon Opala sin patente frenó bruscamente y tres sujetos apresaron a los profesionales. El profesor Leopoldo Muñoz salió a defenderlos, pero uno de los tipos lo derribó y le disparó a quemarropa en el abdomen y el vehículo arrancó. Mientras, a un par de cuadras el tránsito había sido desviado y un helicóptero hacía vuelo rasante sobre el establecimiento educacional.

Tras su secuestro, los tres profesionales fueron trasladados a un cuartel secreto de Calle 18, en el centro de Santiago, el mismo que el Comando Conjunto utilizaba a mediados de los ‘70 y que era conocido como «La Firma». Los tres fueron esposados, les vendaron los ojos y los torturaron.

Según el estremecedor relato que hicieron Andrea Insunza y Javier Ortega, de la Universidad Diego Portales, a propósito de los casos que dieron cuerpo a la serie de TV Los Archivos del Cardenal, el expediente judicial del caso estableció que entre la noche del viernes 29 y la madrugada del sábado 30 los tres secuestrados fueron subidos a un Chevrolet Opala, dos recostados en la maleta y uno en el asiento trasero. Al volante iba el cabo Claudio Salazar, como copiloto el cabo 1º Alejandro Sáez y atrás el sargento 2º José Fuentes. Un segundo auto, un Chevy Chevette, lo conducía el coronel Guillermo González Betancourt. De copiloto iba «El Fanta», mientras que uno de los asientos traseros era ocupado por el capitán Patricio Zamora.

Todos eran miembros de Carabineros y agentes de la Dicomcar.

Los autos se trasladaron hasta una zona de Quilicura cercana al aeropuerto. Se estacionaron en la berma, en las cercanías del fundo El Retiro. «El Fanta», Zamora y González Betancourt se quedaron en su vehículo.

Guerrero fue el primero en ser bajado. De rodillas, esposado y vendado en una especia de hondonada junto al camino, el sargento Fuentes le tomó la cabeza por atrás y le cortó el cuello con un corvo. El vehículo se movió unos 30 metros al norte. Bajaron a Nattino, también esposado y con la vista vendada. Usando la misma arma, el cabo Sáez repitió la ejecución. El auto volvió a avanzar algunos metros, donde fue bajado Parada. Tendido de espaldas, esposado y vendado, el cabo Salazar tomó el corvo y le dio un profundo corte en el abdomen. La víctima se resistió y gritó de dolor, lo que aterró a su verdugo. Un tercer agente bajó del coche y lo degolló.

A los tres cuerpos les retiraron las vendas y esposas. Consumados los crímenes, el grupo se trasladó hasta su cuartel, en la calle 18.

Pasado el mediodía del sábado 30 de marzo, dos hermanos campesinos encontraron los tres cadáveres. Siete horas más tarde, fueron trasladados al Instituto Médico Legal, donde familiares y amigos de Parada, Guerrero y Nattino, esperaban conocer la identidad de los cuerpos.

A juicio de Manuel Guerrero hijo frente al beneficio de la salida diaria de la cárcel de quienes asesinaron a su padre, «resulta sumamente violenta esta situación. Sabiendo que se trata de un crimen de lesa humanidad y que se les aplica un reglamento pensado para presos comunes… no hay comparación, para personas que atentaron contra la vida y además fueron recluidas en una cárcel especial, que obtengan más beneficios que los presos comunes».

El «Papudo»

En la Vicaría de la Solidaridad, Parada recababa información sobre el actuar del Comando Conjunto. Ello, después del testimonio que el desertor de la Fuerza Aérea Andrés Valenzuela, alias Papudo, dio en una entrevista a la periodista opositora Mónica González y que, con ayuda de la entidad defensora de los derechos humanos, logró salir ilegalmente del país, no sin antes dejar su declaración notarial al organismo. Fue la primera vez en que se obtuvo un testimonio directo y con nombre y apellido sobre las torturas, muerte y desaparición de militantes de izquierda a manos de la dictadura. Por primera vez, también, salió a la luz el nombre del Comando Conjunto.

En esa misión Parada contaba con el apoyo de Guerrero y Nattino.

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