Por Julio Cortés Morales

Durante el gran encierro pandémico vivió el año 2020 un hecho profundamente significativo y riesgoso ocurrió en la Araucanía cuando a inicios del mes de agosto, y tras un viaje del Ministro del Interior Victor Pérez (UDI) grupos de civiles arengados por el APRA y partidos de la derecha tradicional atacaron coordinadamente y desalojaron cuatro municipalidades tomadas por comuneros.

Entre gritos de “el que no salta es mapuche” fueron agredidas personas e incendiados vehículos, ante la ineludible mirada de una policía uniformada que sólo atinó a sacar a los comuneros del lugar, sin aplicar represión alguna sobre la turba.

El sábado 25 de septiembre de 2021, tras varios meses de sostenidos discursos y acciones gubernamentales contra la migración irregular que el propio presidente Piñera alentó púbicamente durante su viaje a Cúcuta, cinco mil personas marchan en Iquique con banderas chilenas, visiblemente conducidas por dirigentes locales de la UDI, RN, y con la clara presencia del Movimiento Social Patriota. Al final de la marcha fueron incendiadas las pertenencias de un grupo de migrantes venezolanos, formando una barricada incendiaria a la que no se le aplicó la famosa ley antibarricadas aprobada a inicios del 2020 como respuesta parlamentaria al “estallido”. No hubo detenciones, ni carros lanza-aguas, ni perdigones al cuerpo.

De acuerdo a un testigo anónimo en facebook, se pudo ver “masas como en los mejores días del estallido, varias cuadras. Usando la polera de Iquique, cantando el himno de Iquique y la bandera chilena de luto, que dicho sea de paso representa los caídos en la lucha por justicia social en octubre y noviembre del 2019. La irracionalidad se tomó la calle”. Las consignas que más se escucharon eran: “fuera los derechos humanos«, “fuera de la ONU”, “fuera los inmigrantes”.   

Pensando en ambas manifestaciones populares de racismo y xenofobia recordé al “pánzer socialista” José Miguel Insulza cuando en una entrevista televisiva pocos días después del 18 de octubre dijo: “a veces se producen momentos anárquicos en una sociedad, pero tenemos que seguir gobernándola”. Claro. Y la siguieron gobernando, a costa de dos “momentos autoritarios” (declaraciones de estados de excepción en octubre de 2019 y marzo de 2020), y de unos cuantos “momentos democráticos” (elecciones de octubre de 2020, y de mayo y julio de 2021).

¿Se produjo en la Araucanía primero y ahora en Iquique un “momento fascista”? Interesante pregunta, pues siendo alguien que en general prefiere darle un uso acotado a la expresión “fascista”, evitando usarla como un mero insulto descontextualizado y vaciado de sentido histórico, tampoco paso por alto que existe de manera permanente un “fascismo social”, que espera las condiciones favorables para convertirse en “fascismo político”.

Las condiciones estructurales trabajan en favor de esta fascistización de la sociedad. Tal como advertía Félix Guattari en Plan sobre el planeta (1979), “la aparición de zonas de subdesarrollo en el interior de las grandes potencias, la quiebra de la economía tradicional y el fracaso de la descentralización industrial conducen a reivindicaciones regionalistas y a movimientos ‘nacionalistas’ cada vez más radicalizados”.  En estas condiciones -tal como él mismo explicaba en un escrito publicado póstumamente en 1992- “un microfascismo, bajo distintas formas, prolifera en los poros de nuestras sociedades, y se manifiesta a través del racismo, la xenofobia, el resurgimiento de los fundamentalismos religiosos, del militarismo y de la opresión de las mujeres”.  

Lo de “microfascismo” se refiere a que opera ya no en un nivel molar (o macropolítico) sino que molecular: “el orden molecular (…) es el de los flujos, los devenires, las transiciones de fase, las intensidades. Llamaremos ‘transversalidad’ a este atravesamiento molecular de los estratos y los niveles, operado por los diferentes tipos de agenciamiento” (Glosario de esquizoanálisis, 1984).

En este escenario, no es de extrañar que lo que aparece simple vista como “un mismo pueblo” pueda generar en menos de 2 años momentos anárquicos y fascistas, junto con momentos democráticos, constituyentes y destituyentes.

Lo que la izquierda tiende a creer desde hace un siglo, que el fascismo es algo que se le impone desde arriba (molarmente) a las masas populares, impide asimilar un elemento clave que ya en los años 30 del siglo XX era destacado por Wilhelm Reich -comunista y psicoanalista disidente, expulsado tanto del PC como de la institución psicoanalítica-: en ciertos momentos son las masas las que desean el fascismo. Y es a esas expectativas populares, frustradas por procesos políticos que no logran dar expresión a las más sentidas demandas sociales, a las que se dirigía tanto el fascismo histórico del siglo XX, como las formas actuales de neo y postfascismo que se están expresando con éxito en diversos países y que en Chile hasta ahora sólo han asomado momentáneamente su feo rostro.

De hecho, lo específico del fascismo no es ser un movimiento autoritario, nacionalista o reaccionario cualquiera, en que se reconoce fácilmente y de inmediato a la derecha conservadora y/o neoliberal. Si se redujera a eso, su potencial de crecimiento no sería muy distinto al de la derecha tradicional, compuesta principalmente por lo que antes se denominaba “momios”.

El fascismo que tiene la verdadera capacidad de confundir y desconcertar, en un mundo en que aún se maneja la dicotomía básica de derecha/izquierda para explicarse todas las posibles posiciones políticas, es el que asume en su discurso tanto elementos propias de la derecha (el tradicionalismo y conservadurismo moral) como de la izquierda (la necesidad de estados fuertes que persigan la justicia social).

Algunos teóricos aún poco conocidos por estos lados trabajan directamente en un modelo que integre esos elementos, en una versión 2.0 de lo que en el siglo XX se conocía como “tercera posición”.

Así, el ruso Aleksandr Dugin, defensor clave del Eurasianismo y fundador en su momento -junto al escritor Limonov- del “Partido Nacional Bolchevique”, lleva décadas llamando a todos los populistas, de derecha y de izquierda, a unirse contra la “hegemonía liberal”, y recomendando a leer desde la derecha a autores como Marx y Debord, a la vez que hacer una lectura izquierdista de fascistas como Julius Evola. Su “populismo integral” es ofrecido como la “cuarta teoría política”, pretendiendo superar al liberalismo, el comunismo y el fascismo.

En una línea similar, el confuso filósofo italiano Diego Fusaro, -experto en Marx y en Gramsci- plantea que la lucha de clases actualmente se da entre los “señores globalistas” y los “siervos nacional populares”.  Mientras “la élite, el Señor globalista, es precisamente cosmopolita, a favor de la apertura ilimitada de la libre circulación, el siervo, en cambio, debe luchar por la soberanía nacional-popular como base de la democracia de los derechos sociales”.  Su propuesta no parece explícitamente fascista, pues llama a fundar un internacionalismo “entre Estados soberanos solidarios, basados en la democracia, el socialismo y los derechos de las clases más débiles y, en consecuencia, una especie de soberanía internacionalista, democrática y socialista, alejada tanto del cosmopolitismo que destruye a las naciones, como del nacionalismo que es un egoísmo pensado a nivel de la propia nación individual”.

No es de extrañar que Fusaro haya sido invitado a dar charlas en Bolivia por Alvaro García Linera y que algunos de sus libros en español hayan sido publicados por editoriales de izquierda. Al mismo tiempo, es amigo de Dugin y ha participado en la prensa y eventos de Casa Pound, organización italiana autodefinida como “fascistas del tercer milenio”.

Adorno insistía en que “en el fascismo no hubo nunca una teoría realmente elaborada, que siempre se sobreentendió que todo dependía del poder, de un ejercicio del dominio absoluto carente, en definitiva, de concepto”, y esto es lo que “ideológicamente, ha conferido también con toda naturalidad a estos movimientos la flexibilidad que tan a menudo puede observarse en ellos”. Junto con ello, llamaba a tener en cuenta que en estas ideologías no todos los elementos son sencillamente falsos, sino que en ellas “lo verdadero entra al servicio de una ideología falsa”. Por eso “la hazaña de la resistencia en contra de ella consiste esencialmente en criticar el abuso que hace incluso de la verdad en beneficio de la falsedad y en defenderse de ello”.

De acuerdo a esta visión, lo que debiera ocuparnos es el análisis de los elementos ideológicos presentes a nivel social y que pudieran utilizarse y prestarse para un exitoso paso del fascismo social al plano político, tal cual se ha apreciado en el pasado, en los movimientos y experiencias “posfascistas” más exitosas del siglo XXI, y en “momentos fascistas” como el que se vivió el sábado en Iquique.

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