por Julio Cortés

“Nazis contra el fascismo” fue el provocativo nombre de una banda punk inglesa de fines de los 70 que en su brevísima existencia hizo un solo disco (“Sid did it”, 1979[1]). En su momento el absurdo nombre se explicaba como una broma en relación a los festivales de Rock contra el Racismo organizados por la Liga Antinazi, y replicados por la extrema derecha bajo la etiqueta de Rock contra el Comunismo. 

¿Por qué será que en 2022 este nombre ya no me parece tan absurdo?  Tal vez porque en menos de un trimestre hemos vivido dos grandes explosiones de retórica “antifascista” que nos tiene viendo distintos tipos de nazis y fachos por todas partes. 

Primero en Chile, cuando tras la primera vuelta de las elecciones presidenciales cuyos resultados fueron liderados por José Antonio Kast, el grueso de la izquierda (amarilla, roja, lila e incluso negra) llamó a “derrotar al fascismo” votando por el candidato Boric, a pesar de que hasta ese momento los “octubristas” no le podían perdonar su firma a título individual en el Acuerdo del 15 de noviembre de 2019, mediante el cual la clase dominante retomó el control que habían perdido durante un mes entero de insurrección en todo Chile.

En uno de los pocos diagnósticos lúcidos de esos días se da en el clavo cuando se dice que “a contra corriente del pensamiento popular, no fue su ‘fascismo’ lo que le impidió captar más votos a Kast, sino todo lo contrario: la falta de él. En primer lugar, el discurso de Kast no contó para nada con elementos revolucionarios y populares propios del fascismo histórico que pudieran enganchar con algún sector indeciso del proletariado —al cual necesita ganarse para imponerse democráticamente—, y en segundo lugar, no logró trascender el esquema político tradicional aferrándose a su pinochetismo clásico con un carácter claramente burgués, lo que al igual que en las elecciones del Apruebo/Rechazo se reflejó bien, por ejemplo, en el mapa del voto en las comunas del gran Santiago”[2].

La gran paradoja es que, si bien sabemos racionalmente que Kast tenía tanto de fascista como Boric de comunista, las campañas y votantes de cada candidato se movilizaron afectivamente en base al miedo al fascismo, por un lado, y al comunismo por el otro.

En fin, el miedo al fascismo se pasó la misma noche del 19 de diciembre de 2021 en medio de masivas celebraciones, a pesar de que el bando derrotado obtuvo el 44% de los votos (porcentaje que nunca obtuvieron ni Mussolini ni Hitler, que en su mejor momento electoral bordeaban el 32% y el 38%), y del apoyo al mal menor se dio paso intempestivamente a una verdadera e insoportable “Boricmanía”, que aún está lejos de terminar y garantiza que ante la menor crítica al nuevo gobierno seremos sin duda alguna acusados de “hacerle el juego al fascismo”. 

Chile ya no será la “tumba del neoliberalismo”, y ahora se enfatiza que más bien de lo que se trata es de defender lo alcanzado en los “30 años” de transición y avanzar muy gradualmente, en una nueva versión de la democracia de los grandes acuerdos.  Pero nada de esto importa mucho ahora, pues vivimos “la dicha de vencer juntxs al fascismo”, como decía un afiche masivamente pegado en las paredes del centro de Santiago por la juventud de un partido de izquierda.  Este fascismo era tan sui generis que pudo ser derrotado a costa de memes y lápices bic, sin derramamiento de sangre, partisanos ni lucha armada, y sin siquiera ponernos a discutir en serio que es la reacción en general y en especial el fascismo y si acaso es posible oponerse a ambos contundentemente sin oponerse al capitalismo en su totalidad. 

Así, de manera bastante sorprendente, la campaña electoral “antifascista” logró lo que no lograron ni la represión policial y militar, ni el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, ni la pandemia: apagar las barricadas de la rebelión social y renovar la confianza en el sistema político.

Y así llegamos a la segunda gran campaña antifa en febrero de este año, con una guerra entre Rusia y Ucrania, lideradas respectivamente por el ex agente de la KGB Vladimir Putin y el comediante de origen judío Zelensky. Lo llamativo en que en esta guerra cada bando acusa de “fascista” al otro.

Muchos de los “antifascistas por Boric” deben haber quedado muy confundidos y amargados cuando el Presidente joven dio su apoyo inmediato al comediante Volodimir Zelensky, presidente de la “Ucrania nazi”, apoyada también por el “globalista” y también judío Georges Soros, que para el imaginario de los “patriotas” de la extrema derecha chilena es el financista de los “antifas” a nivel global.

Más confusión aún debe causar el hecho de que Donald Trump, calificado también como fascista por liberales e izquierdistas, apoye al nacionalista conservador de Putin, reinventado ahora por cierta izquierda como “antiimperialista” y por ciertos neofascistas como un campeón “antiglobalista”. 

Por su parte, la extrema derecha parece estar dividida por sus apoyos y orientación geopolítica entre “atlantistas” y “eurasianistas”. Los primeros apoyan a Ucrania y los segundos a Rusia, lo cual es totalmente coherente si tenemos en cuenta que el fascista español Ramiro Ledesma, fundador del nacional-sindicalismo, señalaba en los años treinta que el carácter ultranacionalista de los fascismos hacía imposible una cooperación internacional duradera entre ellos.

Lo cierto es que, como ha destacado Hassan Akram[3], existen fascistas y ultraderechistas de diversas variedades a ambos lados de este conflicto: el Batallón Azov y los seguidores del histórico colaborador nazi y exterminador de judíos Stepan Bandera en el lado ucraniano, y  una serie de fascistas e incluso “nacional-bolcheviques” rusos que, con Dugin a la cabeza, defienden la necesidad de que en continuidad directa con el Imperio ruso y el período del estalinismo soviético se oponga desde Eurasia un contrapeso a la hegemonía unipolar de Estados Unidos, establecida tras la caída del bloque soviético en 1989/1991. 

Como era de esperar, mientras los gobernantes ucranianos comparan a Putin con Hitler, el burócrata ruso proclama que va a “desnazificar” Ucrania y con eso se asegura el entusiasta e incondicional apoyo de antifascistas de izquierda que se excitan con una supuesta continuidad histórica entre Stalin y Putin, como “vencedores de los nazis”, sin tener las herramientas ni las ganas de comprender que de este modo la coartada antifascista los hace apoyar a uno de los bandos en una guerra imperialista, tan “fascista” como cualquier otro.

Esto último ha sido relatado por muy pocos analistas, entre los que cabe mencionar al italiano Franco “Bifo” Berardi, que nos recuerda que se sabe que Putin es nazi “desde que terminó la guerra en Chechenia con el exterminio”. Pero “fue un nazi muy bien recibido por el presidente estadounidense (Trump), quien, mirándolo a los ojos, dijo que entendía que era sincero”. También gozó de la simpatía de “los bancos británicos que están llenos de rublos robados por los amigos de Putin tras el desmantelamiento de las estructuras públicas heredadas de la Unión Soviética”[4]

El punto en común es que “el jerarca ruso y el angloamericano fueron amigos muy queridos cuando se trataba de destruir la civilización social, el legado del movimiento obrero y comunista”, aunque como es normal, “la amistad entre asesinos no dura mucho”, lo cual es algo que aprendimos en Chile cuando las dictaduras de Pinochet y Videla colaboraron reprimiendo juntas en la Operación Cóndor, para poco después estar a punto de declararse la guerra por las islas Picton, Lennox y Nueva. 

En este contexto Berardi califica de irracional que la OTAN esté armando a “los nazis polacos, bálticos y ucranianos contra el nazismo ruso”. Si bien no soy dado a ver nazis o fascistas por todas partes, indudablemente hay neonazis fuertemente organizados y armados en Ucrania y una influyente amalgama rojiparda/imperial en Rusia, entiendo el punto de Bifo: apoyar a uno u otro bando este caso parece una versión pesadillesca de la táctica del “mal menor”.

Que la mayoría de los izquierdistas apoyen la acción rusa contra Ucrania, considerada como “nido de neonazis”, no es de extrañar. Que Putin sea a su vez un ultranacionalista autoritario y conservador, muy cercano al postfascismo eurasiático de los defensores actuales del Imperio ruso parece no importarles demasiado, pues más que anticapitalistas integrales estos izquierdistas son simplemente opositores al imperialismo gringo. Muchos de ellos nunca entendieron que el estalinismo era una contrarrevolución, y siguen creyendo que la Madre Rusia actual es la legítima heredera de la Unión Soviética de los años más heroicos. 

Esa posición los acerca a ciertos sectores del nacionalismo, tal como quedó claro en Chile cuando grupos “nacional-revolucionarios” llamaron a apoyar a Eduardo Artés. Por supuesto que ambos tipos de patriotas chilenos apoyan decididamente la intervención militar de Rusia y las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk: ¡un sueño hecho realidad para Dugin y todos los “nacional bolcheviques”![5]

El llamado “rojipardismo” se produce a partir de los años 20 para designar a corrientes que se autodenominaron “nacional bolcheviques” y otras que podrían constituir distintas especies de “fascismo de izquierda”.

Este coqueteo nacionalista había sido advertido como un grave peligro, entre otros por Rosa Luxemburgo. En su “Crítica de la revolución rusa”  ella advertía que los bolcheviques con su llamado al derecho de autodeterminación de las naciones habían agravado las dificultades objetivas con que se enfrentaban tras tomar el poder, pues “bajo el dominio del capitalismo no hay lugar para ninguna autodeterminación nacional”, pues en una sociedad de clases cada clase social “desea ‘autodeterminarse’ de manera distinta y (…) entre las clases burguesas los puntos de vista de la libertad nacional ceden completamente el lugar a los del dominio de clase”[6].  Con su política y la “rimbombante fraseología nacionalista del ‘derecho a la autodeterminación hasta la separación estatal’” los bolcheviques “no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias”[7]. En este sentido, para Rosa Luxemburgo, tanto en la socialdemocracia alemana como con los bolcheviques es posible constatar que “en la presente guerra mundial es un sino fatal del socialismo estar predestinado a proveer de pretextos ideológicos para la política contrarrevolucionaria”[8].

Casi un siglo después de ese primer rojipardismo, se ha resucitado el concepto para referir expresiones mucho más difusas y confusas de posible convergencia entre extrema derecha y extrema izquierda. 

Como explica Steven Forti, el final de la Guerra Fría y el desplome del “socialismo real” provocaron otro ejemplo visible de rojipardismo, “cuando se juntaron las nuevas formulaciones hijas de los años 70 –el grupo de la revista Orion de Claudio Mutti y Maurizio Murelli, Nouvelle Résistance de Christian Bouchet, el Movimiento Social Republicano de Juan Antonio Llopart, etc.– con el euriasianismo de Dugin”. El mundo postsoviético pasó a ser un “verdadero laboratorio que los nacionalistas revolucionarios occidentales miraban con interés: en 1993 se fundó en Rusia el Partido Nacional-Bolchevique, liderado por Eduard Limónov acompañado hasta 1998 por el mismo Dugin”[9].

Ni Limonov ni Dugin adherían al viejo ideal del comunismo, pero eran leales “hacia aquél gran Imperio que libró una Gran Guerra Patriótica, que venció al nazismo y situó a Rusia como primera potencia mundial. Un Imperio con el que la gente común se identificó hasta un extremo que occidente siempre prefirió no ver”, lo que de hecho se puede apreciar bastante bien en el filme “Funeral de Estado”. 

Esta identificación ha vuelto a quedar en primer plano a fines de febrero de 2022 con las acciones militares de Rusia en Ucrania. Como destaca Zizek, “la política exterior de Putin es una clara continuación de esta línea zarista-estalinista”, no así de la política leninista aplicada antes de la estalinización, y que Putin denuncia precisamente como responsable de haber “inventado” a Ucrania. 

Por eso para Zizek “no es de extrañar que podamos volver a ver los retratos de Stalin durante los desfiles militares y las celebraciones públicas en la Rusia de hoy, mientras que Lenin es borrado”, pues “Stalin no es celebrado como comunista, sino como el restaurador de la grandeza de Rusia después de la ‘desviación’ antipatriótica de Lenin”[10]. Dicha constatación coincide con la lectura “nacional revolucionaria” de la geopolítica del actual conflicto de Rusia y Ucrania, que destaca el hecho de que ya en 1993 en la ex URSS se unieron contra Boris Yeltsin “comunistas, nacionalistas y partidarios de la monarquía zarista ortodoxa”, fuerzas que a pesar de todas sus diferencias “todas tienen algo en común: la defensa de la soberanía de Rusia y el Eurasianismo”[11].

El autor, el nacionalista hispano José Alsina Calvés, identifica a esa coalición de fuerzas como “la que dará apoyo a la emergencia de Vladimir Putin y al renacimiento de Rusia”. Por eso no es casualidad lo que él mismo señala: que mientras los neoliberales de derecha ven aún “comunismo” en Rusia, los neoliberales de izquierda la identifican con “una especie de reencarnación del ‘fascismo’”[12]

De este modo, estamos ante un complejo escenario en que se mezclan fenómenos y posiciones propias del siglo XX con una nueva época que recién se está empezando a conformar, y en la que de manera bastante posmoderna se producen mescolanzas de todo tipo que hacen posible el absurdo de tener que escoger entre dos males menores casi idénticos: “nazis contra el fascismo”. 

La resaca de la guerra fría y la imposibilidad de avanzar hacia la superación del capitalismo ha llevado a una especie de callejón sin salida en que se nos obliga a apoyar a un tipo de postfascistas (los rusos) contra los “neonazis” ucranianos, como si el Batallón Azov representara a todo la población de esa zona, y no me cabe duda de que algunos nuevos rojipardos aplaudirían a rabiar incluso el uso de una bomba atómica “antifa” contra Ucrania.

Se vienen tiempos duros, en que los anticapitalistas y antiautoritarios no nos podemos confundir: no se combate al fascismo sin combatir al capitalismo en su conjunto, y apoyar bandos en una guerra imperialista nos deja en la misma posición que la socialdemocracia hace poco más de un siglo, es decir, traicionando la lucha por la emancipación humana en aras de consideraciones geopolíticas y de la colaboración de clases bajo la bandera de las distintas burguesías nacionales.   

Referencias:

[1] https://www.youtube.com/watch?v=vV6_ywb3XuM&ab_channel=4t5punk

[2] Vamos hacia la vida, “La alegría nunca llegó y el miedo se disfraza de esperanza”, 5 de enero de 2022. En: https://hacialavida.noblogs.org/la-alegria-nunca-llego-y-el-miedo-se-disfraza-de-esperanza/

[3] https://lavozdelosquesobran.cl/hassan-akram-por-guerra-entre-rusia-y-ucrania-estamos-frente-a-dos-paises-con-fuerte-presencia-de-la-ultraderecha-organizada/28022022

[4] Franco “Bifo” Berardi, “Guerra y demencia senil”. Lobo suelto, 27 de febrero de 2022. En: https://lobosuelto.com/guerra-y-demencia-senil-franco-bifo-berardi/

[5] Ver la “Declaración del Partido Comunista de Chile (Acción Proletaria) antes los últimos sucesos en Ucrania” y el Comunicado del Círculo Patriótico “En apoyo a la acción de Rusia y los pueblos de Donetsk y Lugansk”. 

[6] Rosa Luxemburgo, Crítica de la revolución rusa, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1972, pág. 88.

[7] Ibid., pág. 91.

[8] Ibid. 

[9] Forti, Steven. “Los rojipardos: ¿mito o realidad?”. Nueva Sociedad N°288, julio/agosto 2020. En: https://nuso.org/articulo/los-rojipardos-mito-o-realidad/

[10] Slavoj Zizek, “’Goodbye Lenin’ en Ucrania: aceptadlo, izquierdistas, Putin es un nacionalista conservador”. El Confidencial, 24 de febrero de 2022.  En: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/tribuna/2022-02-24/slavoj-zizek-lenin-donbas-ucrania_3380578/

[11] José Alsina Calvés, “La geopolítica del angloimperio y la balcanización de Rusia”. Blog de editorial Ignacio Carrera Pinto, 27 de febrero de 2022. En: https://blog.ignaciocarreraediciones.cl/la-geopolitica-del-angloimperio-y-la-balcanizacion-de-rusia-por-jose-alsina-calves/ Donde dice “comunistas” debemos entender que se refiere a las mutaciones del bolchevismo ruso posteriores a la muerte de Stalin.

[12] Ibid. Alsina Calvés está ligado al grupo SOMATEMPS, contrario a la independencia catalana y autor de un “Manifiesto Hispanista”, y vinculado al Movimiento Social Republicano de Llopart.

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