Por Radio Villa Francia
Hace 49 años, en la comuna de San Miguel -periferia sur de Santiago- cayó en combate el Secretario General del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), Miguel Enríquez Espinosa (30), a manos de las fuerzas represivas de una Dictadura que ya llevaba un año de existencia, y de la cual, Miguel y su organización decidieron resistirla desde el primer instante.
Nacido el 27 de marzo del año 1944 en la ciudad de Concepción, lugar donde tempranamente -a los 16 años- entra a estudiar Medicina en la universidad de dicha ciudad, Miguel comienza su carrera y desarrollo político junto a algunos de sus compañeros de estudios y de militancia social que lo acompañarían en sus combates. Ahí estaban Bautista Van Schouwen, con quién junto al hermano de Miguel y Marcello Ferrada, forman la célula Espartaco del Partido Socialista, partido que dejan el año 64 para formar la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM), un año antes de la fundación del MIR.
Su presencia en el MIR desde el primer momento fue destacada. En el mismo Congreso fundacional del MIR, realizado el 15 y 16 de agosto de 1965, presenta un documento a la discusión titulado; “La conquista del poder por la vía insureccional”, el cual es aprobado por el congreso y que desde ya reflejaba tempranamente el desarrollo de lo que será el pensamiento político-militar de Miguel y del propio MIR.
Pero no fue hasta el año 1967 (en el Tercer Congreso) que Miguel se convierte en el Secretario General y referente de la organización, la cual en ese periodo toma una línea decidida en convertirse en el partido revolucionario de tipo político-militar, una nueva forma de hacer política que estaba emergiendo en el continente y que se planteaba distante y en contraposición a la tradición institucionalista de los partidos de izquierda.
Su línea fue siempre clara, la revolución debía ser un proceso de masas y a través de las armas, o simplemente no iba a ser. Y si bien nunca creyó en el camino que emprendió la Unidad Popular en 1970, sí comprendió que se trataba de una coyuntura favorable que les permitía avanzar en sus propósitos y que dinamizaría el movimiento popular, por lo cual su apoyo a Allende fue crítico, pero dentro de la fraternidad de entender de manera diferente la complejidad del Movimiento Popular. Miguel tuvo claro que los supuestos del camino institucional que tomaba el proyecto de la Unidad Popular y del supuesto e histórico respeto de las fuerzas armadas chilenas a la Constitución, eran profundamente equivocados.
Fue el 17 de julio de 1973 cuando Miguel, “Viriatto” para sus compañeros, pronuncia el certero discurso en el Teatro Caupolicán en donde anunciaba lo que estaba por venir. No pasaron ni dos meses para que el proyecto de la Unidad Popular se quebrara por completo ante la violenta arremetida de los militares, y del momento en que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria pasara a conformar la Resistencia.
Tras el Golpe Militar, Miguel y el MIR rechazaron la opción del exilio y el asilo político, declarando públicamente que “El MIR no se asila“, y se planteó la resistencia frontal con todas las fuerzas que disponía el partido. Y en eso Miguel siguió mostrando su liderazgo y consecuencia dando el ejemplo de la política organizacional del MIR y liderando la Resistencia.
El último combate de Miguel
Fue el sábado 05 de octubre de 1974, más de un año después del Golpe y siendo Miguel el dirigente político más buscado por los organismos de seguridad de la Dictadura, cuando la Inteligencia política de la tiranía, DINA, dio finalmente con su paradero en una casa de seguridad en calle Santa Fe, en un barrio obrero de la comuna de San Miguel, Santiago, en donde se encontraba junto a tres personas más, dos miembros de la comisión política del Partido, Humberto Sotomayor y José Bordaz, este último conocido como el “Coño Molina”, número 2 de la Fuerza Central del MIR, y la militante Carmen Castillo, conocida como “Catita”, quien además era compañera de Miguel y se encontraba embarazada al momento del enfrentamiento con la DINA.
Un auto sospechoso pasó lentamente por el frente de la casa de calle Santa Fe 725. Miguel, dándose cuenta de la situación, comenzó a guardar papeles y unas maletas para dejar rápidamente el lugar. De hecho, a raíz de la caída de varios miembros de la dirección, habían decidido dejar ese lugar y el operativo de la DINA los había sorprendido en ese proceso. Cuando el auto pasó por segunda vez se sintió el estruendo de los disparos de fusiles y ametralladoras impactando en las paredes internas de la casa. Miguel tomó su AK – 47 y comenzó a disparar hacia la calle desde una ventana. Carmen Castillo tomó una pequeña metralleta Scorpion y los otros dos unas pistolas tratando de repeler las ráfagas que azotaban contra la casa.
Cuando los ocupantes de la casa quisieron salir por el patio para tratar de replegarse disparando arriba de un auto Fiat 125, acción que había servido en otra ocasión para romper el cerco, una granada fue lanzada hacia la casa provocando que varias esquirlas y astillas cubrieran el lugar tras la explosión. Varias de estas esquirlas fueron a dar en el brazo y cuerpo de Carmen, otros pedazos dieron el rostro de Miguel.
En las afueras, más de 100 agentes mantenían cercado el lugar y abriendo fuego en contra de la casa en donde se hallaba el Número 1 del MIR. El operativo estaba liderado por la Agrupación Caupolicán (de la DINA) a cargo del oficial Marcelo Moren Brito. A su vez, la Agrupación Caupolicán estaba compuesta por cuatro Brigadas; Águila, Tucán, Vampiro y la Brigada Halcón, esta última que tenía como misión capturar y aniquilar al Jefe del MIR, y estaba liderada por Miguel Krassnoff Martchenko.
Humberto Sotomayor, médico de profesión, creyó muerto a Miguel y logró salir de la casa escapando por los patios de las casas aledañas en dirección a calle San Francisco. Lo mismo hizo el Coño Molina, saliendo hacia Varas Mena, paralela al sur de Santa Fe.
Miguel, recuperando la conciencia siguió disparando y luego se arrastró hasta llegar a donde estaba Carmen (Catita) y tomando su cabeza vio que estaba mal herida. Este se incorporó y herido salió hasta el patio como pudo y tratando de subir una pandereta comenzó a gritar:
-¡Paren…paren, yo ya estoy cagado! ¡No disparen más! ¡Hay una mujer embarazada! -alcanzó a decir Miguel cuando una bala impactó su cabeza cayendo sobre una artesa en donde lavaban la ropa de la casa vecina, y donde varios efectivos militares ya tenían rodeado el lugar.
Diez impactos de bala terminarían finalmente con el cuerpo de Miguel Enríquez. Agentes de la DINA ingresaron a la casa, golpeando el vientre embarazado de Carmen Castillo, para luego llevarla al Hospital Militar a interrogarla.
Ahí yacía el cuerpo del revolucionario chileno, aquel que fuera reconocido por su coherencia política y que hasta sus enemigos debieron reconocer su valentía y consecuencia política. De hecho, fue el propio jefe de la DINA, Manuel Contreras quien señaló en varias entrevistas, admirar a Enríquez por su consecuencia y por el combate, a pesar de la clara desventaja, que dio en contra de un centenar de agentes.
Carmen Castillo logró a través de una enfermera contactarse con su tío, el arquitecto Fernando Castillo Velasco, y tras saberse la muerte del líder de la Resistencia, la solidaridad internacional presionó a la dictadura, logrando finalmente la salida del país de Carmen.
Sin embargo, y debido a los brutales golpes recibidos aquel día por parte de los agentes de la Dictadura y la gran cantidad de sangre que perdió, el pequeño hijo de Carmen y Miguel, falleció a las semanas de nacer, en Francia. Entre los objetos encontrados aquella tarde en la casa del líder mirista, los agentes hallaron la falsa identificación que lo acreditaba como Arturo Enrique Ortúzar Gaete, ingeniero industrial y supervisor de la empresa minera El Teniente.
El legado político de Miguel que opaca la hipocresía
La figura de Miguel se encumbra con la de los más grandes revolucionarios y revolucionarias de la lucha en contra del capitalismo y su sistema de injusticia. Es quizás por ello que esa figura y lo que Miguel representó ha sido parte de la base de la formación de varias generaciones de jóvenes luchadores sociales, pero también ha pretendido ser apropiada por sectores, so pretexto de continuidad sanguínea o de “marca”, como quien habla de un producto y su respectiva marca registrada, que poco o nada tienen que ver con sus ideas y práctica política, que, contrario a lo dicho y hecho por Miguel en vida, buscan un lugar en la institucionalidad de la burguesía para “maquillar”, o en el mejor de los casos, mejorar el sistema contra el que Miguel se enfrentó radicalmente, dejando en evidencia la hipocresía de “rebeldía” acomodada al poder institucional, de aquella misma institucionalidad y sistema que acabó con la vida del líder revolucionario.
Y es que el ideario de Miguel planteaba una originalidad en su tiempo en Chile, de construcción de fuerza popular antagónica a la institucionalidad de la burguesía (Poder Popular) y autónoma de la clase. Es por ese ideario que Miguel murió combatiendo y llevando a la praxis sus postulados en plena coherencia con su discurso político.
Miguel era un revolucionario que creía en la necesidad de transformar radicalmente esta sociedad por medios también radicales. Cualquier otra conclusión que busque anestesiar su legado, es simplemente no hacer justicia con su historia, con su pensamiento, pero sobre todo, con su acción