Publicado en Solidaridad Obrera, Cataluña, 1989
Los periodos de desarrollo de la Revolución Rusa ponen claramente de manifiesto los elementos de debilidad que han de ir progresivamente operando sobre ella y desviándola, también progresivamente, no solo de los planteamientos que campeaban en los momentos de los primeros movimientos de febrero de 2017, sino de aquellos que arrancando de la toma del Palacio de Invierno de Petrogrado fundamentaron la revolución de octubre, es decir, de la revolución propiamente soviética, la planteada, iniciada y desarrollada bajo el lema “¡Todo el Poder a los Soviets!”.
Esta debilidad no la hacemos nosotros consistir en la propuesta leninista plasmada en las tesis proletario frente a las tesis de Plejanov que postulaban la necesidad de recorrer previamente las etapas burguesas del desarrollo. Somos del acuerdo de que marxisticamente hablando, Plejanov tenía razón, pero no somos evolucionistas hasta el punto de creer con Marx que la historia deba desarrollarse como un silogismo regular donde premisas y conclusión hayan de estar apriorísticamente determinadas, sin que pueda haber lugar alguno para el prescindimiento o modificación de las mismas. Creemos pues que la revolución de octubre era una necesidad del proletariado y que este actuó perfectamente al promoverla y desarrollarla. Sin embargo, hemos de reconocer que esta actitud ideológica y practica de los mencheviques, constituyó quizá el primer momento de debilidad en la revolución, y ello no sólo porque la etapa Kerenski retraso el desarrollo de la revolución obrera y favoreció acciones contrarrevolucionarias, sino porque al justificar su acción en nombre de la democracia liberal, sirvió también de excusa a los autoritarios que pretendieron sostenerla en el marco de la libertad postulada como valor revolucionario.
El fracaso de los bolcheviques en la revolución en solitario de junio puede haber servido a estos para darles conciencia de la necesidad de una sincera alianza de todos los revolucionarios. En realidad solo sirvió para que el exiliado Lenin escribiera “El Estado y La Revolución”, libro insincero que no parece haber tenido mas misión que la de atraer confiadamente a los anarquistas la acción revolucionaria común, y la de haber acuñado igualmente otro slogan insincero que habría de ser el letmotiv común de la alianza revolucionaria: “¡Todo el Poder a los Soviets!”.
La defensa y el desarrollo de la revolución solo podían ser garantizados por el respeto revolucionario a planteamientos que fundamentaron la alianza revolucionara de octubre. Lenin, en cambio, prefirió seguir la vía del pragmatismo rígido que había dado origen al grupo bolchevique, y de una en otra, se fue despeñando por los acantilados del oportunismo creciente donde se anegaba toda coherencia doctrinaria que a la postre, en un delirio criminal de simplismo se justificaba así: “Lo que es bueno para el partido es bueno para la revolución”.
No es que haya que negar toda virtud a su pragmatismo. Puede ser muy defendible que frente a Trotski o a Bujarin, hubiera que buscar en Brest-Litovsk un respiro a una revolución que no tenía fuerzas para tantos enemigos. Pero esto, naturalmente, a cambio de mantener internacionalmente los medios que aseguran la coherencia revolucionaria. En oposición a esto, y siempre movido del complejo de inferioridad que agiganta la necesidad de buscar la neutralidad del enemigo comprándolo, Lenin siguió el camino de las soluciones provisionales y falsas, como fueron la del reparto de la tierra entre pequeños propietarios y de la Nueva Política Económica. Soluciones, sin embargo, menos graves que la de liquidar el parlamento como vía de expresión revolucionaria, sustituir en las fabricas el control obrero por el control del Estado, y aniquilar el poder de los Soviets, reducidos a puro nombre, sustituyéndolo por el poder de un Estado atravesado por funcionarios del partido y por la vieja burocracia zarista, de lo que con razón se quejaba Maiakovski, antes de darse el pistoletazo fatal. Todo lo cual no dejaba de ser la consecuencia necesaria de la puesta en práctica del exclusivismo bolchevique que llevó a éste a la etapa de la guerra civil. Y de la liquidación programática de toda oposición en el campo revolucionario. El tiempo de la sumisión estratégico-ideológica había llegado: la aniquilación, o, en muy pocos casos, la absorción era ya la sentencia .dictada para anarquistas, socialrevolucionarios o lo que aún quedará de aprovechable entre los mencheviques. Las milicias y las colectividades de Makhno serían arrasadas. Kronstadt representaría el epílogo sangriento de ese genocidio revolucionario. Y con ello el escándalo también revolucionario de los Kropotkin, los Gorki, de Emma Goldmann, de Katherina Kolontai y de tantísimos otros. Se cumplían paso a paso todas las predicciones incluidas en las críticas que Rosa Luxemburg fue haciendo a la propuesta bolchevique de Lenin y a toda su gestión en la Revolución: la dictadura del proletariado sería una dictadura sobre el proletariado a través de las siguientes etapas; el partido usurpada las funciones dela clase, el Comité Central usurparía las funciones del partido, el Buró Político usurparía las funciones del Comité Central. Y el Secretario General usurparía las funciones del. Buró Político. La autocracia es pues el resultado real del «centralismo democrático».
Se ha pretendido contraponer las figuras de Lenin y Stalin, como si éste representara el demonio desviado del espíritu de aquél. Nosotros no sentimos esa necesidad de agravio comparativo. Más bien diríamos que Stalin representó el papel de mano de hierro de Lenin, al verse obligado a sacar todas las consecuencias negativas de las premisas pragmáticas que éste dejaba establecidas.
La autocracia, el totalitarismo y el Estado policiaco eran sólo consecuencias naturales de lo anterior, que a su vez parecía el resultado de una determinada interpretación de una formulación aparentemente inocente: «Socialismo en un sólo país». Desde aquí no había más que un paso hasta la liquidación de la NEP, la aniquilación sangrienta del Kulak; como clase social, la anulación de la pequeña propiedad, el trasplante forzado y cruente de más de 20 millones de mujiks a las ciudades para crear un proletariado industrial que no existía; en fin el sacrificio total del campo en aras de una acumulación capitalista primitiva que permitiera un despegue industrial. De 100 millones de habitantes, más de 90 millones de personas habían de someterse, a sus expensas, a un determinado proyecto histórico concebido en las cancillerías del Partido. Desde entonces la economía agraria soviética no ha vuelto a levantar cabeza, y el retraso social de ese campesinado es un hecho registrado y notorio todavía hoy.
Diferentes contradicciones fueron devorando a los prohombres de la vanguardia bolchevique, y quienes no fueron liquidados en la propia URRS fueron alcanzados por el largo brazo de Stalin a través de los continentes, como fue el caso de León Trotski, quien se vio, desde los preámbulos de, la revolución de octubre asaltado de graves contradicciones, como la trágica de su participación en primera línea en el aplastamiento del Soviet de Kronstadt, y la teórica de seguir considerando al Partido como prioritario, y de hacer una crítica puramente política, superestructural, del régimen burocrático estalinista, según la cual la desviación había sido sólo fruto de actuaciones personales, por lo que se llegaba a la conclusión de que el régimen histórico soviético estaba sólo a falta de una revolución política, ya que la económica y social estaba hecha, con lo cual Trotski entraba en contradicción con sus propios principios marxistas, según los cuales debe haber una estrecha y necesaria correlación entre la infraestructura socioeconómica y la superestructura política.
En un sistema de dictadura, donde las decisiones del centro son canalizadas al medio social exclusivamente a través del entramado Partido Estado, era imposible que dejara de funcionar el axioma de correlación «a privilegio económico corresponde privilegio político, como a privilegio político corresponde privilegio económico», y con ello era inevitable la formación de nuevas clases subsidiarias presididas por la burocracia y el funcionariado, que, actuando sobre un proletariado pasivo, inerme, sin voz y sin medios, desarrolla mecánicamente las necesidades de clase que le inclinan al consumo diferenciado y. les van acercando progresivamente, en cuanto ambición. al status del burgués occidental constituyéndose en elemento de presión interna con eficacia directa en la línea económica que se va allegando más o menos lentamente al sistema del managerismo (situación privilegiada de los directores de la fábrica), de los incentivos salariales y del ahorro como principio de acumulación personal.
En el orden externo, las consecuencias más visibles de ese proceso fueron la sacralización de la URSS, la satelitización de todos los partidos comunistas del mundo a través del Kominterm y su sumisión total a la política exterior soviética, bien se tratase de promover la política exterior soviética, bien se tratara de promover los Frentes Populares que atrajeran a la burguesía a la alianza antifascista, mientras Stalin negociaba en secreto con Hitler, bien se tratara de justificar y de hacer respetar el pacto germano-soviético ante el escándalo de todos los proletarios del mundo. O se tratara de arrancar, vía espionaje, los secretos industriales del occidente, sobre todo de cara a la confrontación militar.
Estas consecuencias fueron más visibles al final de la Segunda Gran Guerra Mundial, cuando ya la URSS asoma sin escrúpulo ninguno su faz imperialista continuadora del antiguo zarismo: anexiona la península de Karelia en Finlandia, Los Estados Bálticos, parte de Polonia, la Prusia Oriental. Bukovina y; Besaravia sobre Rumanía, las islas Kuriles y la isla de Sajalin-sobre Japón, a la vez que sigue reteniendo la Mongolia exterior sobre China. Satelitiza igualmente las «Repúblicas Democráticas» centroeuropeas en las que mantiene como garantes ejércitos de ocupación. Controla los ejércitos de estas repúblicas por el Pacto de Varsovia, y somete sus economías por la estructura del Komecon que fuerza a los países satelizados a producciones de materias primas o industria pesada, reservándose para la URSS la industria de diversificación y de alta tecnología, lo que produjo en estas repúblicas situaciones insostenibles: en Hungría, por ejemplo, donde los resultados de los planes mamuts para la industria pesada de Rakosi y de Geroe llevan a la situación económica que sumada a la política, produce el levantamiento de 1956; equivalentes medidas producen en Polonia los levantamientos de Poznan y los ulteriores. Y la satelitización en Checoslovaquia llevó a ésta a descender en el ranking industrial mundial del quinto lugar que ocupaba antes de la guerra del 39-45 al lugar decimocuarto que ocupa en la actualidad.
El periodo subsiguiente al bloqueo de Berlín en 1948 perpetuó durante casi 50 años una situación inédita en la historia: dos imperialismos enfrentados a muerte en guerra fría y con el mundo prácticamente dividido en dos bloques, con zonas inamovibles y espacios periféricos en situación de vaivén y atravesados de guerras cambiantes, no pueden sin embargo buscar el casus belli definitivo y fatal que supondría la destrucción del vencedor con el vencido. Convivencia en permanente hostigamiento, pulso mortal que compromete un altísimo porcentaje de los productos interiores brutos de ambos bloques en una desenfrenada carrera de armamentos. Los países capitalistas de occidente, dotados, de una mejor técnica de explotación, de una tecnología sensiblemente más avanzada, de un ritmo acumulativo y de crecimiento superior y de una infraestructura de comercio e intercambio más fluida ganan la partida de la guerra fría, y al daño que esta situación inflige a las economías de los países del Este se le añade el impacto propagandístico de las libertades formales de occidente. Las poblaciones orientales están necesitadas de artículos de primera necesidad, de productos de uso cotidiano, pero sobre todo de libertad y medios de expresión, de encontrar el camino de la sonrisa y de algo que se parezca a la felicidad. El escaparate de occidente deslumbra a estas poblaciones marginadas de la vida pública y social, y utilizadas sólo como material de parada en los grandes festejos. De momento, y desde el punto de vista comparativo, no han visto todavía los males del occidente y en un análisis superficial juzgado sólo por la vistosidad de los resultados externos, no han entrado todavía en la valoración de las causas y de las consecuencias. Los miles de problemas que aquejan a los sistemas políticos, económicos y sociales de los países comunistas amenazan con acercarse a la explosión interna. Desde el XX Congreso del PCUS el tema está en la calle. Pero empieza a adivinarse la problemática como la del gigante con los pies de barro. No se sabe qué hacer. El sistema es demasiado de una pieza, no sólo en los contornos y estructura, sino en el contenido. Las reformas parecen imposibles, pues la mínima reforma amenaza arrastrar consigo el sistema en su conjunto. La etapa Kruschev pudo haber representado ese intento.
La crisis del Caribe del 62 no sólo sirvió para borrar de su rostro la sonrisa sino para demostrarle la inevitabilidad del status quo armado y del respeto estricto de las áreas de influencia. Ni la guerra, ni la paz. No hay salida. Brezniev quiere dar la nota dura y no hace más que agravar los problemas. Cuanto más tiempo pasa más se deterioran las situaciones, y la invasión de Checoslovaquia del 68 está muy lejos de ser solución para nada, más bien al contrario, sólo sirve para descubrir más visiblemente la debilidad del sistema, y para crear los embriones de futuros desarrollos contra éste. La última crisis grave, la que presentó la confrontación de los misiles SS contra los Pershings y la tecnología de guerra en el espacio exterior fue la gota que desbordó el vaso. No hay posibilidad de seguir la carrera de armamentos, y los soviéticos dan el primer paso en este sentido. La obligación de responder a las necesidades que ha creado el desarrollo social, la urgencia de convencer de que el régimen comunista puede subvenir a la satisfacción de esas necesidades prohíben el distraer del PIB las enormes cantidades que requiere la carrera de armamentos. Hay que satisfacer esas necesidades y hay que convencer al imperialismo occidental de que no hay cartas guardadas en la bocamanga y que se está dispuesto a la reforma; La Perestroika y la era Gorbachov ha nacido. Los problemas se le multiplican a Gorbachov que no sabe por dónde empezar: las difíciles relaciones con el Oeste; más de 100 nacionalidades sojuzgadas empiezan a levantarse y a reclamar, entre otras cosas, el derecho a su identidad y a su autonomía; los obreros se levantan en demanda de reivindicaciones económicas y por el derecho a la participación; la presión ciudadana empuja en el sentido de una transformación estructural que nadie sabe a qué conformación puede quedar abocada; la clase militar piafa y se inquieta ante un temido salto en el vacío.
Parece como si Gorbachov y los reformistas hubieran destapado una caja de Pandora de la que salieran disparadas una serie de calamidades que no se sabe cómo atajar. Calamidades hasta tal punto inquietantes que los estadounidenses, después de haber cuidado mucho de la sinceridad de Gorbachov empiezan ahora a sentir nostalgia de la situación anterior de guerra fría. Lo cual no requiere de mucho esfuerzo de imaginación para ser comprendido, pues el manejo de situaciones estabilizadas y de estructuras y ritmos y modos conocidos es siempre mucho más fácil que enfrentarse a situaciones novedosas, no sólo desconocidas, sino que puedan llegar a contener variables indeseables. Mucho más simple para los americanos es vivir amparados bajo la estrategia del miedo, en el riesgo controlado en el que los imperialismos se entienden, teniendo a su población satisfecha y hasta ahíta, a costa de hacer pesar sobre el tercer mundo y sobre el mundo entero, en general, y sobre el gravísimo deterioro general ecológico los incalculables dispendios que supone mantener la confrontación en la carrera de armamentos, siendo además un hecho que la detención inmediata de ésta crearía a Norteamérica y al mundo capitalista, en general, graves problemas de crisis empresariales, paro obrero y efectos muy negativos en la balanza de pagos.
El capitalismo occidental pondrá de momento a la URSS entre paréntesis, y, mirándola con el rabillo del ojo, se dedicará de momento a deglutir la presa centroeuropea, inundando de capital transnacional todos los espacios (que serán muchos) que les vaya dejando abiertos la vía reformista que propondrá de momento la economía mixta para acabar donde las circunstancias manden. Las clases funcionarias, del Este y las capitalistas-burguesas del Oeste se entenderán bien. De eso no cabe duda. Nuestra preocupación cae fuera de ambas. Es claro que la transparencia de todo el proceso pone de manifiesto los vicios originarios y estructurales del comunismo mismo del proceso comunista, y cuyas fatales consecuencias hemos igualmente vaticinado. Pero no ha de ser esto ninguna razón para que nos hagamos eco alguno de las interesadas críticas procedentes de la burguesía capitalista que quieren hacer de este fracaso histórico cortina de humo con lo que oculten sus propias miserias.
Hemos analizado por todos los costados el carácter negativo del sistema capitalista; no es éste el lugar, ni podría serlo, de repetir tales discursos críticos de manera sistemática. Lo que realmente nos preocupa como comunistas libertarios es que la pura formación dogmático-ideológica, -hoy desprestigiada por los hechos- a la que fueron sometidas las masas obreras «escolarizadas», por los ideólogos comunistas, pueda dejar hoy en su vació paso a las falsas argumentaciones del capitalismo y a su aceptación práctica. Junto al cúmulo de factores negativos que llevaron al sistema comunista estatal a su fracaso histórico, ha habido al menos una virtud de origen.
Más de una cuarta parte de la humanidad se desarrollaron mal, pero se desarrollaron al margen del sistema de la propiedad privada de los medios de producción. Si el vacío dejado por ese fracaso histórico es llenado por el capitalismo, sumaremos mal sobre mal, y se habrá salido de Guatemala para entrar en Guatepeor. Esa única virtud originaria anticapitalista debe ser conservada por esos pueblos. Únicamente así se compensarían y justificarían todos los males sufridos por obra del régimen comunista. Únicamente así podría éste, a su despecho, tener una significación de hito histórico. Ahora bien, para salvar a esos pueblos de ese retroceso hacia el capitalismo, es necesario que estos desplieguen una energía indomable que les permita arrinconar a los burócratas, a los funcionarios, a los políticos y celos militares, para encontrar en la autogestión fraterna de todos los campos los principios coordinativos que sustituyan la subordinación estatal por la sociedad autogobernada. Sólo así tendrían esos pueblos el apoyo solidario de todos los trabajadores del mundo. Sólo así podrían desnudar al capitalismo y hacerle aparecer en la-verdadera miseria de sus carnes.