Por Julio Cortés Morales

“Toda revuelta va a pérdida, que sin embargo asumimos con la felicidad de quien ha conquistado el último abrazo en la historia”

Rodrigo Karmy, Asalto

El estallido en la literatura

“No hay documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como en sí mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión por el que ha pasado de unas manos a otras. Por eso el materialista histórico se distancia de él tanto como le sea posible. Considera como tarea suya pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”

Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia

Cuando estalló la insurrección de octubre en Chile nadie estaba muy preocupado de como etiquetar o clasificar lo que casi de inmediato demostró ser el acontecimiento histórico de nuestras vidas, a excepción de algunos columnistas y redactores de noticias que se preguntaban si la evasión masiva se ajustaba o no a las definiciones que ellos manejaban acerca de la “desobediencia civil”. Así, el mismo viernes 18 hacia las dos de la tarde una periodista de El Mercurio se preguntaba “¿Qué es ‘desobediencia civil’? El concepto de Thoreau al que algunos aluden por evasiones masivas en el metro”[1]. Dos días antes el entonces diputado y actual presidente Gabriel Boric decía por tuiter que “Todo acto de desobediencia civil es rechazado por quienes no quieren que las cosas cambien. La evasión masiva no se soluciona reprimiendo sino enfrentando el problema de fondo: el alto costo de la vida, bajos salarios para la mayoría de chilenos y chilenas, y la desigualdad”[2]. El 26 de octubre el tema es analizado por Paula Luengo en CIPER[3], y un día después desde El Mostrador el pionero del socialismo renovado Gonzalo Martner nos enseñaba que “La desobediencia civil es necesaria”[4].

La suspensión o interrupción del tiempo histórico que se produce en cada revuelta de estas magnitudes hacía bastante innecesario, e incluso inútil, gastar energías en esos ejercicios clasificatorios, cuando lo que había que decidir cada día y a cada instante era dónde y cómo tomar las calles, desafiando entre todos la acción de tanques militares, blindados policiales, y la tormenta de gases lacrimógenos y perdigones que se lanzaban contra el cuerpo colectivo que se arrojaba “sin miedo” a  conquistar terreno en todas las ciudades, y que era castigado por eso mediante una estrategia de agresiones y mutilación masiva.

Tres años después, cuando la nueva normalidad se impuso y nuestros propios recuerdos a veces se debilitan o parecen fallarnos, todavía muchos nos preguntamos que fue exactamente lo que pasó. Es más, en las librerías hay estanterías especializadas en libros sobre el “estallido social”, desde muy distintas posiciones y puntos de vista, casi todas ellas totalmente ajenas a lo que fue el cuerpo mismo que se desplegó y accionó produciendo la revuelta.

Sería interesante hacer un listado detallado de este tipo de producción literaria, y audiovisual (pues también hay varios libros y trabajos sobre la gráfica, los mensajes y las “performances” que se realizaron durante esas jornadas revolucionarias, que por supuesto implicaban toda una revolución estética).

En un extremo tenemos muchos libros que se han promovido y distribuido como best sellers, con las reflexiones vertidas al papel de destacados intelectuales orgánicos del partido del orden como el abogado mercuriano Carlos Peña[5], el sociólogo del exitoso programa “La cosa nostra” Alberto Mayol (hijo del periodista Manfredo, colaborador de la dictadura y miembro fundador de la UDI)[6], el columnista de La Tercera y periodista Daniel Matamala[7], el convencional constituyente “socialista” Jorge Baradit[8] -fan del escritor nacional-socialista Miguel Serrano- o el filósofo “telúrico” Héctor Herrera[9].

Poco más abajo nos encontramos la obra de figuras menores o más recientes del espectáculo local, como las producciones de la filósofa porteña Lucy Oporto[10], del arquitecto y urbanista -un crimen por partida doble- Iván Poduje (hijo de Miguel Ángel, ministro de la dictadura)[11] y las abundantes deposiciones de la inefable dupla de estudiosos de la sociedad Mansuy & Ortúzar[12]. Todos estos libros han tenido tanta exposición y son tan famosos que casi no merecen una referencia más detallada.

Además, existen múltiples trabajos de un sinfín de opinólogos, periodistas policiales y periodistas/policías, pero también de varios especialistas desde disciplinas como la Filosofía[13], la Sociología[14], la Historia[15] y la Antropología[16], además del Derecho y las Ciencias Políticas, y unos pocos trabajos que se abordan desde una perspectiva interdisciplinaria, entre los que cabe destacar Hilos tensados. Para leer el Octubre chileno, editado por Kathya Araujo[17], el especial Revueltas en Chile de Revista Pléyade[18], el volumen colectivo en sobre Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la revuelta de octubre en Chile, coordinado por Raúl Zarzuri[19] o Contribuciones en torno a la revuelta popular (Chile 2019-2020), compilado por Ignacio Abarca[20]. Le Monde Diplomatique publicó en julio del 2022 el libro Insurrección Popular; Convención Constitucional y triunfo de Gabriel Boric. Un análisis social, histórico, político y económico a Chile (2019-2022), editado por Nicol A. Barria-Asenjo, con textos de diversos autores, incluyendo a Slavoj Zizek[21].

También existen numerosos informes desde el punto de vista de las masivas violaciones de derechos humanos que se produjeron en ese período[22], y trabajos que se centran en desnudar ciertos aspectos del trabajo del aparato represivo durante el estallido, como el libro Los intramarchas de Josefa Barraza[23], sobre la labor de los agentes encubiertos e infiltrados de Carabineros.

En cuanto a libros que analizan el estallido chileno y la revuelta como acontecimiento, desde una posición crítica radical, destacaría los de Rodrigo Karmy El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado[24] e Intifada. Una topología de la imaginación popular[25],  y el de Sergio Villalobos-Ruminott titulado Asedios al fascismo. Del gobierno neoliberal a la revuelta popular[26].

Mención especial merecen artefactos literarios abiertamente reaccionarios como el libro Nuestro octubre rojo. Orígenes de un estallido social (Varios Autores[27]) o el voluminoso dossier La insurrección chilena desde la mirada de la Fundación Jaime Guzmán, editada a seis mesesdel estallido. Pocos meses después la misma Fundación publicó unas Aproximaciones al anarquismo y su aplicación en el escenario chileno, donde quedaba claro que sacaban sus propias lecciones del acontecimiento Octubre cuando hacían notar que “…el escenario político chileno es mucho más complejo de lo que se observa en la escena institucional. Por eso, no se debe analizar solo lo que sucede en la política formal o partidaria (de tipo vertical). Pues, en las bases sociales se han erigido una gran cantidad de agrupaciones que hacen política desde una perspectiva horizontal. Ejemplo de ello son aquellos que se organizan bajo el modelo de asambleas, sin jerarquías ni líderes”[28].

Otros artefactos se han dedicado a documentar los afiches, stencils, murales y la impresionante proliferación de consignas y mensajes en las paredes durante la revuelta, desde los más mercantilizados libros con fotos a todo color, partiendo por Hasta que valga la pena vivir[29] de Echeverría, Rebolledo y Tótoro o el libro Alienígenas. El estallido social en los muros, coordinado por Julio Pasten y Darío Quiroga (socio de Alberto Mayol y Mirko Macari en “La Cosa Nostra”), que incluye fotos de 200 consignas escritas en un cierto perímetro del epicentro de la revuelta en Santiago más comentarios de una fina selección de socialdemócratas[30], a impresiones mucho más artesanales y al alcance del bolsillo popular/proletario, centradas también en el registro de los textos y gráficas hallados en los muros. Entre esos dos extremos podemos destacar el libro Rabia dulce de furiosos corazones. Símbolos, íconos, rayados y otros elementos de la revuelta chilena[31] y Hablan los muros. Grafitis de la rebelión social de octubre del 2019, de Raúl Molina[32]. Este último explica al inicio del libro que cuando vio las murallas el lunes 21 de octubre, tras tres días de revuelta, recordó mayo del 68 y entendió la urgencia de colectar las frases escritas, pues “representan el sentir de la gente y entregan las claves para comprender la rebelión social que ha eclosionado”.

En efecto, apenas se veían las paredes en esos días resaltaba este aspecto “gráfico” de la revuelta chilena, que rememoraba a la francesa de mayo/junio del 68, que por lo que recuerdo de los años ochenta se conocía más por los libros de “frases” que por algún relato o análisis más directo del acontecimiento desencadenado en la primavera de ese agitado año.   Uno de los soportes más interesantes que sobre este aspecto de la revuelta se crearon y aún existe, es https://www.laciudadcomotexto.cl/, un proyecto de Carola Ureta donde es posible recorrer los muros de la Alameda Bernardo O´Higgins durante los 2,4 kilómetros que separan la Plaza de la Dignidad del palacio de La Moneda -bombardeado desde aviones Hawker Hunter en 1973 y posteriormente reconstruido como una réplica exacta-, tal como fueron registrados durante el día 36 de la revuelta.

En el otro extremo de la actividad literaria, tenemos los numerosos periódicos, libros y folletos autoeditados en cantidades más bien modestas por pequeñas iniciativas editoriales del medio autogestionado y subterráneo, que contra viento y marea logran mantener un cierto nivel de presencia en las calles, posibilitando así un mínimo de circulación de ideas, materiales y proyectos antagonistas. Es decir, la “literatura subversiva” que es aludida como delito en el artículo 4 de la Ley de Seguridad del Estado, que en su letra f) sanciona a “Los que propaguen o fomenten, de palabra o por escrito o por cualquier otro medio, doctrinas que tiendan a destruir o alterar por la violencia el orden social o la forma republicana y democrática de Gobierno”, actividad que en su momento fuera calificada como “editorialismo combativo” por parte de un director de la Agencia Nacional de Inteligencia que disertaba sobre “anarquismo insurreccionalista” ante una comisión de Diputados de la República[33].

En especial recuerdo que, a escasas dos semanas desde el inicio de la insurrección, se repartió masivamente durante un masivo y algo accidentado concierto punk al aire libre en el Parque de los Reyes un ejemplar de El sol ácrata en que se incluían relatos en primera persona de cómo se inició la revuelta en distintas ciudades: Calama, La Serena, Punta Arenas, Concepción y Santiago[34]. Al leer en detalle este número especial de El sol ácrata era notoria la evidente diferencia cualitativa entre la experiencia de acceder a estos materiales generados al calor de la revuelta misma y la del resto de la literatura especializada a que sabía que en pocas semanas, meses y años iba a proliferar. 

Lo mismo sentí al toparme después con materiales impresos en que otros sectores del “bloque negro” -el sector difuso y minoritario pero omnipresente que había apostado desde siempre por la “insurrección generalizada” o “revuelta permanente”- habían agrupado diversos escritos, análisis e intervenciones, como es el caso de la llamada corriente comunista radical en el libro Marx y Bakunin están de vuelta[35] y del anarquismo insurreccionalista/informal en La catástrofe es que todo siga igual[36]. Cabe destacar también el texto Tiempos mejores. Tesis provisionales sobre la revuelta de octubre de 2019, difundido ya a mediados de noviembre por el Círculo de Comunistas Esotéricos[37], y los diversos panfletos, comunicados y cartas difundidos en terreno por Evade Chile, los autores de este Reporte. Mal que mal, a ninguno de estos grupos el estallido los tomó totalmente por sorpresa, pues lo venían anunciando y anticipando desde hace mucho tiempo[38], aunque como ellos mismos han declarado, no por haber tenido todas esas intuiciones y deseos de revuelta estaban preparados para experimentar algo de la magnitud que tuvo ese inolvidable mes de octubre. 

Esa misma diferencia cualitativa entre los materiales sobre la revuelta y los que surgieron desde ella misma, considerando las densas capas de olvido y mistificación que a lo largo de tres años se han ido vertiendo sobre lo que en realidad pasó en esas irrepetibles semanas y meses de la primavera 2019, es lo que hace tan valioso este “Reporte” que tienes en tus manos, que funciona como una especie de Almanaque o Diario de la revuelta chilena, posible de ser abordado en orden o al azar, cada vez que sientas que quieres y puedes sumergirte de nuevo en la experiencia de esos días de revuelta en que nadie estaba solo porque todos nos podíamos fundir colectivamente en ese momento en que “la imaginación popular inunda las calles, rebalsa los cuerpos, lazos inéditos nutren de erotismo y se inventan nuevas prácticas que abren otros e improvisados caminos”[39].

Mediante esta inmersión profunda en la experiencia día a día de esos meses de insurrección, este Reporte nos invita a refrescar y ordenar nuestras propias vivencias para así desarrollar nuestros propios análisis individuales y colectivos sobre los “Resultados y perspectivas” de todo este largo proceso, tal como el título que se le dio a  los balances que algunos revolucionarios del siglo XX hacían sobre los episodios más álgidos de la lucha de clases -como Trotsky después de la revolución rusa de 1905[40]-, y cuya elaboración como ejercicio de balance colectivo constituye la única manera de mantenerse a flote sin perder la brújula en la actual marea contrarrevolucionaria local y global. Dos buenos intentos de balance han sido Un largo octubre. Notas y apuntes sobre lo que abre y cierra octubre de 2019 en Chile, editado en octubre de 2020 por el Círculo de Comunistas Esotéricos[41], y Revuelta en la región chilena: un balance histórico-crítico de Pablo Jiménez C.[42]

Para presentar este valioso libro, documento de cultura y de barbarie, señalaré algunas cosas que su lectura me hizo evocar, compartiendo entremedio de la avalancha de recuerdos algunas reflexiones individuales y colectivas sobre el proceso mismo y sus efectos hasta ahora. Creo que con eso soy fiel al espíritu de “haga su propio reporte” que destilan estas páginas, en la búsqueda de mantener una memoria colectiva del acontecimiento Octubre, que nos sirva como antídoto para los intentos de recuperación/neutralización de la memoria, y para darnos fuerza en las luchas que vienen.

Espontaneidad

“Espontáneo, a
Del lat. spontaneus.

  1. adj. Voluntario o de propio impulso.
  2. adj. Que se produce sin cultivo o sin cuidados del ser humano.
  3. adj. Que se produce aparentemente sin causa” (Diccionario de la Real Academia de la lengua española).

Tal vez ninguna otra palabra describe mejor la forma en que el acontecimiento desplegado a partir de unos pocos días antes del 18 de octubre se presentó en sociedad: como un “estallido”, es decir, una explosión súbita, imprevista, y dispersa. Espontánea. Es decir, todo lo contrario de una acción colectiva, planificada, orquestada, dirigida o centralizada. Como recuerda el historiador Sergio Grez, el movimiento “surgió y se desarrolló de manera absolutamente espontánea, pues no fue el resultado de una preparación previa ni de una convocatoria de una suerte de ‘estado mayor’ que, operando desde las sombras, ejecutara con eximia maestría un plan destinado a provocar el levantamiento popular”. Por el contrario, y como todos sabemos, las evasiones masivas iniciadas por estudiantes del Instituto Nacional se extendieron “como reguero de pólvora” concitando un apoyo masivo el 18-O: “La respuesta torpe y puramente represiva del gobierno hizo el resto. En cuestión de horas todo el país estaba involucrado”[43].

Cuando algunos políticos y periodistas/policías hacían un checklist para determinar si era o no “desobediencia civil”, lo que se tomaba las calles no era ni la ciudadanía[44] ni tampoco el poder constituyente con que luego la socialdemocracia se intentaba explicar el acontecimiento. La revuelta que estallaba desde los liceos y los subterráneos del Metro hacia las calles y plazas era un poder destituyente: una multiplicidad de cuerpos, de formas de vida que se entrelazaban para desafiar al Estado y a sus “hombres armados” en las calles y que en el acto de hacerlo interrumpían el tiempo histórico de la dominación desbordando cualquier encuadramiento partidista y/o posible recuperación institucional. Eso fue el inicio mismo de la revuelta de octubre: la reconstitución tan largamente esperada del pueblo anárquico, sujeto histórico por excelencia de los momentos de rebelión.  Ese pueblo que hace posible las revueltas y revoluciones, y que luego es enviado de vuelta a su lugar tras las bambalinas de la historia, cuando la burguesía finalmente consigue el retorno a la normalidad.

Hablo de pueblo anárquico para realzar a la vez su carácter de sujeto colectivo y la espontaneidad de la acción que lo constituye y las formas en que se expresa: anarquía en un sentido práctico, no ideológico. Y hablo de pueblo pues no coincidía totalmente con la categoría proletariado, más bien la excedía, puesto que se trataba de un movimiento popular más amplio y multiclasista, pero sin duda que el elemento proletario juvenil era parte de su núcleo esencial -aunque aparecieran como “estudiantes”, “jóvenes”, “marginales”- al menos al inicio, antes de que la pequeña burguesía ciudadanista y democrática terminara cooptando la iniciativa, contaminando las ideas y articulando las demandas del estallido llevándolas al plano institucional, electoral y constituyente[45]

Ese pueblo anárquico en acción fue lo que asustó a la burguesía al punto de quitarle por semanas la cordura y el habla, y asustó también a la totalidad del sistema de representación política (de la extrema derecha a la izquierda del capital), que demoró un mes completo en poder salir de su estado de pánico para articular entre el 12 y el 15 de noviembre una “salida” a la crisis que mientras más pasa el tiempo más se confirma como una gran contrarrevolución democrático/institucional, digna de un Manual que complemente las viejas enseñanzas de Joseph De Maistre acerca de cómo se hacen las contrarrevoluciones[46].

Decimos que el movimiento fue espontáneo no sólo porque no tuvo jefes ni un Estado Mayor que decidiera el momento y las modalidades del ataque. “Espontáneo” no significa sólo “salvaje”, como en una huelga salvaje, sino que, tal como caracterizó Marx al bando o partido proletario de su tiempo, designa a un movimiento que “nace espontáneamente del suelo de la sociedad moderna”. Como señala Emilio Madrid a propósito del concepto de espontaneidad, “estos movimientos del proletariado están totalmente determinados por la situación que esta clase ocupa en el conjunto de las relaciones sociales fundamentales de la sociedad moderna, y por una coyuntura particular que, durante un período dado, le proporciona la ocasión de intervenir en escena” [47].

Los días previos al 18 de octubre fueron días de agitación y combates en las calles del centro de Santiago y varias estaciones de metro. La sensación en el ambiente era la certeza de que el conflicto se iba a profundizar. Como dijeron los comunistas esotéricos, “sabíamos que existía una tensión que rugía subterráneamente en nuestra ciudad. Sabíamos que la cuerda podía romperse en cualquier momento. Sabíamos que algo pasaba: eran numerosos los indicios de que algo estaba pasando. Nos atrapó, pero no desprevenidos”[48]. Las “condiciones objetivas” estaban ahí hace rato, y a la combatividad y creatividad que laman “estudiantil” (cuando en verdad se trata del proletariado juvenil de los Liceos) se unió la aberrante desconexión con la vida del pueblo e impresionantes niveles de estupidez demostrada por varios voceros del gobierno, que antes las alzas de pasajes llamaban a levantarse más temprano y comprar flores, además de sus explicaciones acerca de que “a los estudiantes no les subimos el pasaje”, razón por la cual señalaban que no se entendía el porqué de sus protestas…

El resultado de esta mezcla explosiva fue tan impactante que reverbera hasta hoy: entre el lunes 14 y el viernes 18 de octubre el sujeto colectivo despertó, se levantó, y se vivió como casi nunca antes el fuego de las barricadas en toda la ciudad, como en las viejas, abundantes y trágicas revueltas proletarias que han acontecido en estas mismas calles y sobre las cuales ni en la Escuela ni en la televisión ni en los partidos políticos te cuentan casi nada.

Estrategias represivas

“La represión es puntual, el terror debe ser permanente”

Tomás Moulian

La respuesta meramente represiva del gobierno durante toda esa semana sólo incrementaba la fuerza del movimiento y el apoyo de la población. Me tocó ver el jueves 17 en la tarde una multitud de liceanas ingresando al metro Salvador, gracias al apoyo de pasajeros adultos que no permitimos que los guardias cerraran la reja de la entrada, y que casi sin darnos cuenta terminamos sumándonos a su acción bajo el grito de “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Al contrario de lo que me esperaba al subir al primer vagón que pasó, la gente nos miraba con simpatía y decía “¡Está bien!”

La palabra “EVADE!” ya se había visto en grafitis o autoadhesivos en las calles, en buses, andenes y trenes subterráneos, desde meses y años antes, pero a partir de esa semana prendió por todas partes como un llamado realmente estratégico, dialéctico, casi como el “Be like water” (sé como agua) de Bruce Lee: una invitación a saltar todo tipo de torniquetes, físicos y mentales, en el mismo sentido en que el Diccionario de la RAE habla de evadir como “eludir con arte o astucia una dificultad prevista”. El verbo evadir, en segunda persona singular del modo imperativo. A diferencia de otras consignas o llamamientos, este es a la vez muy profundo y muy práctico. En un sesudo análisis un sociólogo destacó que “la difusión del escrito hacia los paraderos de la red de buses y hacia los muros de las calles de la ciudad implica una ampliación del sentido de la evasión. Se puede pensar ahora en evadir el pago en la red de transporte de superficie, pero se puede pensar también en una forma de evasión que ya no tiene una referencia directa determinada por el emplazamiento del escrito. En este sentido, la proliferación del escrito a través de muros indiferenciados sugiere, a su vez, una expansión y generalización de la incitación a evadir y una ampliación de su espectro de resonancia”[49]. “Evade la represión”, “evade tus privilegios”, “evade el miedo”, junto a varios mensajes que apuntaban a no temerle a militares ni policías fueron una parte importante de las escrituras en el espacio público a partir de ese momento.

El viernes 18 en la estación Los Héroes pude presenciar una batalla impresionante entre estudiantes y personal de las Fuerzas Especiales de Carabineros. Entre los esbirros destacaba golpeando gente el infame Claudio Crespo, con sus casi dos metros de altura y expresión de goce sádico en el rostro: tres semanas después dejó ciego a Gustavo Gatica al impactarlo en los dos ojos con la munición de la escopeta antidisturbios. Durante los duros incidentes de ese mediodía en el metro, luego de un altercado con carabineros que me querían impedir que filmara su intervención, un estudiante secundario se acercó para ver si estaba bien y me dijo: “Lo que pasa es que se juntó mucha rabia”. Recordé su frase varias veces esa misma tarde y luego durante todas esas semanas.

Hacia las siete de la tarde el centro de Santiago ardía, y las imágenes de la brutal represión difundidas en las redes sociales, más las declaraciones del ministro Chadwick, odiado desde siempre y sobre todo luego de la justificación que prestó al asesinato policial de Camilo Catrillanca un año antes, volcaron a miles de personas a las calles, por todas partes y de preferencia en las inmediaciones de la estación de metro más cercana, o se asomaron a protestas desde los balcones de los innumerables edificios que pueblan la ciudad hoy, trayendo de vuelta un cacerolazo ensordecedor como no se había escuchado desde 1983 y tal vez durante las protestas de agosto del 2011. 

El sábado 19 de octubre las calles de la región Metropolitana amanecieron patrulladas por militares. La declaración de estado de emergencia lo justificaba en la existencia de “múltiples atentados contra la propiedad pública y privada, especialmente contra medios de transporte público de pasajeros”, y “numerosas barricadas que han impedido la adecuada circulación de vehículos y personas a través de la ciudad, afectándose con ello la garantía de libre circulación de las personas” [50]. Además, designaba al General Javier Iturriaga, como Jefe de la Defensa Nacional en las zonas afectadas.

Sinceramente, el sábado en la mañana estaba aún tratando de asimilar el impacto de los hechos del día anterior, y pensé que la medida extrema decretada por el Ejecutivo pasada la medianoche iba a generar tal temor que desincentivaría la protesta callejera. Por eso junto a varios colegas nos organizamos para ir a los hospitales. Craso error de estimación: al mediodía de ese sábado, mientras estaba tratado de conseguir información sobre lesionados en la Posta Central, comenzó un nuevo caceroleo y la gente se dirigía en masa a la Plaza Italia, y no se fue de ahí ni siquiera cuando llegaron las tanquetas y tomaron posición alrededor del monumento a Baquedano, el general genocida. Ese día aprendí que el pueblo ya no les tenía miedo a los militares (que de hecho estaban más asustados que nadie, sobre todo los reclutas) y que el movimiento no hacía sino crecer.

Jamás olvidaré el instante en que, poco después del mediodía, las tanquetas rodearon la plaza y se bajaron de cada uno de ellos dos militares con fusiles ametralladoras, los que tras avanzar un poco en punta y codo hicieron el significativo ejercicio de apuntarnos a la cabeza a todos los que estábamos cerca registrando su aparición desde nuestros celulares. Después leí en las Reglas de Uso de la Fuerza (RUF, que rigen la acción de las Fuerzas Armadas durante los estados de excepción, y que curiosamente desde el Ministerio de Defensa tuvieron que actualizar, pero recién en marzo de 2020) que esa maniobra está expresamente prohibida.

Durante unos segundos me sentí arrojado a un bucle temporal en que los años 1973, 1983 y 2019 atravesaban de golpe el espacio alrededor del monumento a Baquedano. Algo similar le ocurrió a nuestra memoria colectiva cuando en esas noches de toque de queda sentíamos pasar a muy baja altura los helicópteros, cuya imagen y sonido nunca será disociada de los “vuelos de la muerte” mediante los cuales la dictadura arrojaba a los prisioneros políticos al mar, y que a algunos fascistas locales (Capitalismo Revolucionario) e internacionales (Proud Boys) les parece tan reivindicable que hasta lucen y vendes poleras alusivas a dicho crimen contra la humanidad. 

El sonido de los helicópteros policiales y militares resultaba tan ineludible que El Mercurio se preocupó de dar consejos psicológicos a las familias de lectores para poder manejar sus efectos en la infancia: “Con los preescolares menores de cinco años, explicarles cosas en concreto. Por ejemplo, si se asustan con el ruido de helicópteros o sirenas, explicar que nosotros también nos damos cuenta que eso está pasando, que no significa nada malo ni nada grave y que hay personas que están haciendo su trabajo para poder cuidarnos”. Y si a los niños y niñas hay que mentirles y punto, más complejo y preocupante es lo que pasa con los púberes, que siempre se han arrojado a los motines y revueltas populares con entusiasmo, y por eso la psicología mercuriana daba estos valiosos consejos para reforzar el control parental y social: “Los adolescentes suelen ser más impulsivos e idealistas. Lo que ellos perciben como injusticia quisieran tener una acción concreta y poder repercutir en las soluciones. Es importante generar conversaciones con ellos para ir matizando puntos de vista e ir mostrando que siempre hay distintas visiones”[51].

Los disturbios aumentaron de intensidad y en 48 horas se extendieron a todo el país, por más de un mes. En el lenguaje del Estado se dijo que dado que la situación descrita “fue replicad[a] en las ciudades de Arica, Iquique, Antofagasta, Calama, Copiapó, La Serena, Coquimbo, Valparaíso, Viña del Mar, Rancagua, San Fernando, Talca, Linares, Constitución, Concepción, Los Ángeles, Temuco, Valdivia, Puerto Montt, Coyhaique y Punta Arenas, y sus comunidades aledañas”[52], el domingo 20 hubo que declarar estado de emergencia y toque de queda en 12 regiones, que el 24 de octubre llegaron a 15 (todas las regiones menos Aysén). En el primer fin de semana de la revuelta se produjeron significativas escenas como las que se describen en Tiempos Mejores:

“Escena uno: cerca del Cerro Santa Lucía alrededor de un bus quemado. Desde la mañana las personas que ahí se reunieron danzan a su alrededor al ritmo de los golpes que le dan. Un bus, esa máquina dispuesta a la circulación de personas, ahora se resemantiza en un mantra que le devuelve por segundos a sus viandantes el dominio de su propio cuerpo. Se suben a la estructura quemada, saltan, le pegan, lo manejan sin destino porque no se mueve: es un giro contra la circulación de mercancías en las que nos hemos convertido. Un músico callejero de edad toca su arpa. 

Escena dos: en Plaza Italia, un lugar neurálgico del centro de Santiago desde la post-dictadura, los militares llegan. Los custodian los carabineros. La gente los increpa y le dicen que se vayan a cara descubierta. No les corresponde estar aquí. Los disturbios se propagan por toda la Alameda. Seis buses quemados hacia el sur. No falta quien diga que fueron dispuestos para que les prendieran fuego. ¿Acaso eso importa en este momento? Lo relevante es que se queman y no importa quién lo hizo. 

Escena tres: un supermercado saqueado en Cerrillos. Se toman artículos de primera necesidad. Se toman televisores, artículos varios, entre frazadas, pañales, uno que otro electrodoméstico. Algunos se devuelven a la barricada. Muchos se tiran a las barricadas. Se saca alcohol y se bebe; también se guarda para más tarde. La algarabía se contagia, hay cantos y bailes”. 

Además de la brutalidad policial, la invocación de la Ley de Seguridad del Estado -legado jurídico del ex dictador Ibañez, que data de 1958 y ha seguido siendo usada en dictadura y democracia-[53], y la declaración el estado de emergencia, jugó un rol clave en potenciar al máximo el estallido la declaración de guerra que hizo Piñera el domingo 20 contra “un enemigo poderoso que no respeta a nada ni a nadie”, cuando las tropas militares ya se habían instalado en gran parte del territorio nacional y ya habían asesinado a varias personas. Cabe destacar que en el 2014 el ex subsecretario de Interior de Piñera, Rodrigo Ubilla, ya había utilizado el mismo término en una entrevista en CNN en que calificó al anarquismo insurreccional como “un enemigo poderoso”[54].

Como dicen los autores de este Reporte: a partir del 18-O la pesadilla de la realidad se rompió bajo el peso de un empobrecimiento vuelto insoportable, todo el pueblo acudió al llamamiento de sus jóvenes. Y la burguesía, ¿qué hizo la burguesía? Lo que hacen siempre los dueños del país en estos casos: soltar a sus perros de presa[55].

Los hospitales empezaban a atender una cantidad creciente de heridos de diversa consideración: apaleos, lacrimógenas, perdigones y lumazos se expandían como una gran mancha de mierda verde por todos los espacios en donde la policía y los militares llegaban con su monumental despliegue antimotines propio de una guerra civil del siglo XXI. Esta represión fue bastante diferente a las modalidades empleadas por el terrorismo de Estado en la década del setenta, con la despiadada represión que se vino tras el golpe de Estado, y luego en los ochenta, en que el Estado enfrentaba primero a partidos de izquierda y grupos armados, y luego tuvo que hacerse cardo de “desincentivar” las masivas protestas nacionales que estallaban con una frecuencia de una vez al mes en los momentos más álgidos de lucha social entre 1983 y 1986.

La represión del estallido de octubre fue distinta porque no se basó tanto en la masacre o la acción selectiva contra líderes y cuadros de organizaciones específicas, sino que se caracterizó por el uso de una forma masiva de castigo contra la multitud, a través de escopetas que lanzaban 12 perdigones por cada tiro, de una munición marca TEC que finalmente no eran de goma (como venía escrito en cada cartucho), sino que principalmente estaban compuestos de metal. En las dos primeras semanas de protestas Carabineros disparó 104.341 cartuchos calibre 12 que contenían un total de 1.252.092 perdigones[56]. Miles de disparos causaron miles de lesionados, más de cuatrocientas personas con traumas oculares, y más de cincuenta con estallido ocular y/o pérdida completa de visión. Según un estudio publicado en la revista Eye que incluyó la comparación con episodios de traumas oculares por acción policial en otros países, la mayor cifra comparada de trauma ocular se situaba en el conflicto palestino-israelí, donde se registraron 154 casos en un período de seis años (1987 a 1993). En Chile registraron 182 casos de lesión ocular por proyectiles de impacto cinético sólo entre el 18 de octubre y el 30 de noviembre de 2019 en el Hospital del Salvador[57].

Como decía Tomás Moulian de la represión de las protestas en los años ochenta, “el terror necesita que su presencia sea recordada. La represión es puntual, el terror necesita ser recordado”. En 1983/6, se trataba de disparar a matar a quien estuviera protestando, con independencia de si realizaba acciones de resistencia violenta. Esa política de terror aleatorio cobraba decenas de víctimas fatales en cada jornada de protesta nacional. Pero es claro que este terror puede ser perfectamente aplicado por el aparato represivo de la democracia, que con o sin estados de excepción constitucionalmente declarados es siempre la dictadura del capital, aunque la izquierda prefiera reivindicar la “democracia verdadera” y entender todos estos episodios represivos como subsistencias de la dictadura pinochetista y no como expresión actual de la esencia misma de la dominación capitalista y estatal. El aparato era el mismo (los ejércitos de los dueños de Chile), pero la estrategia y métodos represivos fueron únicos porque enfrentaron algo que el Estado no había conocido hasta ahora: una insurrección permanente y generalizada en todo el país.

Insisto en que la marca imborrable que quedó en todo el cuerpo colectivo fue la de la mutilación masiva como política estatal: la escopeta antidisturbios fue el mecanismo más eficaz para reprimir sin llegar a la abierta masacre propia de una dictadura, usando y salvando las reglas y formas de la democracia burguesa, aprovechando todos los intersticios permanentes en que el sistema penal evade su propia legalidad, y con el refuerzo del declarado “estado de excepción” sus agentes armados se dedicaron a lo que en jerga técnica se denominan “violaciones masivas de derechos humanos”.

Por eso es que a pesar de que la mayor violencia estatal ocurrió durante los diez días que duró el estado de excepción constitucional, con militares en las calles, el grueso de la represión la ejerció la policía uniformada, más que acostumbrada al control del orden público y la violación de derechos humanos. De hecho, el General Iturriaga desautorizó directamente la declaración de guerra del presidente Piñera cuando al otro día, sonriendo ante las cámaras, aclaró que era “un hombre feliz” y que no estaba “en guerra con nadie”. La aclaración llegó algo tarde, pues como expresa el antropólogo neoderechista Ortúzar: “La mayoría de los chilenos entendió que el presidente había declarado una guerra militar en contra de la protesta social. Al poco tiempo, el estado de emergencia y el toque de queda militar se habían extendido a casi todas las capitales regionales, junto con los desórdenes, incendios y saqueos”[58].

Por otra parte, a diferencia de la represión de los años setenta y ochenta, que se desplegaba de preferencia protegida por las sombras de la noche a través de la DINA y luego la CNI, en el 2019 el uso masivo de teléfonos celulares suministraba registros inmediatamente viralizados, que por una parte mantenían la represión a la luz del escrutinio público, y por otra también servían paradójicamente para reproducir y esparcir la angustia y el temor.  

El Ministerio Público recibió denuncias por 8.600 casos de violencia institucional. Un año después ya había archivado la mitad sin haber determinado ni judicializado a los responsables.

Según Carabineros “entre el 19 de octubre de 2019 y el 31 de marzo de 2020 se contabilizaron 5.885 situaciones de desorden público, 4.302 manifestaciones, 1.090 saqueos y 441 cortes de rutas. A raíz de todos estos eventos, reconoce haber realizado un total de 25.567 detenciones: 4.091 mujeres y 21.476 hombres”[59]. Cerca de 2000 personas quedaron en prisión preventiva.  A mediados del 2021 ya habían más de 5000 personas condenadas por los tribunales. Al día de hoy, los policías y militares condenados por delitos de violencia institucional apenas sobrepasan la decena, y solo en un par de casos se han aplicado penas efectivas de prisión.

Precedentes: 1957 y 1888

“Hechos sintomáticos se produjeron durante la asonada de ayer. Las turbas, en su afán sedicioso, no respetaron ninguno de los poderes constituidos del Estado. Pretendieron asaltar La Moneda y atacaron de hecho los edificios en que funcionan el Congreso Nacional y los superiores Tribunales de Justicia. La prensa no escapó, tampoco, a este afán destructor…”

La Nación, 3 de abril de 1957

La historia no se repite, pero rima. Dentro de la historia de las revueltas y rebeliones nos encontraremos con una gran variedad de ejemplos, muy diferentes unas a otras, pero también hallaremos similitudes asombrosas, al punto que varios reaccionarios y también los revolucionarios que miran la historia por el espejo retrovisor analizan las revoluciones a la luz de unos cuantos arquetipos: de Robespierre a Napoleón, de Lenin a Stalin, revolución de febrero y revolución de octubre, etc. 

Algunas rebeliones que fueron anticipando el octubre chileno del 2019 fueron las que protagonizaron los estudiantes secundarios de Santiago en el mochilazo del 2001, la revolución pingüina del 2006, y las protestas estudiantiles del 2011. Además, se produjo la “explosión feminista” el 2018, y hubo fuertes rebeliones locales en Magallanes (2011), Aysén (2012), Freirina (2012), y Chiloé (2016). Además, ese año 2019 hubo rebeliones en Hong Kong, Francia, Ecuador, Colombia, Haití, Bolivia e Irak, entre otras. Pero en tanto revuelta nacional motivada por aumento de precios del transporte, apenas empezó octubre siempre tuve en mente los acontecimientos de marzo y abril de 1957.

Tal como cuento en el Prólogo al libro de Katerina Nasioka Ciudades en insurrección. Oaxaca 2006, Atenas 2008[60], antes del 18 de octubre habíamos especulado y estudiado junto con amigos y compañeros esa revuelta chilena ocurrida a finales del segundo gobierno de Ibañez (1952-1958). En esa ocasión los disturbios comenzaron los últimos días de marzo en Valparaíso, y se extendieron a Concepción y Santiago, llegando a su punto más alto en la capital el martes 2 de abril, cuando en respuesta al asesinato policial de una estudiante la multitud expulsó a Carabineros del centro, el que fue tomado horas más tarde por los militares.

Ibañez decretó el Estado de Sitio señalando que era “indispensable para evitar que el vandalismo que ha sufrido la capital se extienda a otras ciudades”, y advirtiendo que la fuerza pública tiene “las armas que necesitan para ello: fusiles, ametralladoras y cañones”, los que “se emplearán para poner fin a la obra vandálica de los malvados que pretenden producir el caos y la anarquía”.  Con harta mejor retórica que Piñera, la declaración de Ibañez termina afirmando que: “El Gobierno no ataca. Defiende el orden social y a la violencia ilegítima e irresponsable, opondrá la violencia legítima y restauradora”.  

El saldo fueron decenas de muertos (ninguno en el bando policial/militar), cientos de presos, y un descrédito creciente del gobierno, que poco antes de expirar indultó a varios presos políticos, derogó la Ley de Defensa de la Democracia -conocida como “Ley Maldita”, dictada por el presidente radical González Videla cuando en 1948 se subió al carro de la Guerra Fría, expulsando de su gobierno y proscribiendo al Partido Comunista- y en su reemplazo hizo aprobar la Ley 12.927 de Seguridad del Estado, vigente y de esporádica aplicación por todos los gobiernos hasta el día de hoy. Lentamente el pueblo siguió madurando su conciencia y experiencia organizativa, que se desplegarían con fuerza en la década siguiente, en crecientes movilizaciones y en el reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias, disipadas las ilusiones en el PS (que apoyó a Ibañez en las elecciones de 1952), en el PC y en el “frentepopulismo” en que se había empantanado la izquierda desde 1936 y que finalmente subsistió, renovando desde 1970 la colaboración de clases bajo la forma de la Unidad Popular y hoy en día bajo la forma de Apruebo Dignidad.

La revuelta de 1957 nos obsesionaba bastante, pues sentíamos que a través de alzas del transporte podía volver a desatarse una insurrección, pero ya en pleno siglo XXI.  Así había ocurrido varias veces en Chile, no sólo en la recordada “revolución de la chaucha” de 1949 -a la cual se refirió Albert Camus que estaba casualmente de paso en Santiago y que anotó en su diario: “Día de disturbios y revueltas. Ya ayer hubo manifestaciones. Pero hoy esto parece un temblor de tierra”[61]– sino que desde mucho antes, en asonadas como la “huelga de los tranvías” del 29 de abril de 1888[62].

Esa jornada, como señala Sergio Grez, “provocó un fuerte impacto en la opinión pública y en las autoridades. El ‘bajo pueblo’ santiaguino, convocado por la representación política del movimiento popular organizado, había irrumpido en el centro de la capital para apoyar una reivindicación que concernía a la defensa de su nivel de vida. La flamante vanguardia política, el Partido Democrático, constituida esencialmente por artesanos, obreros calificados y algunos jóvenes intelectuales escindidos del Partido Radical, había sido sobrepasada por la acción de las ‘turbas’ de desheredados que impusieron su sello a la manifestación, transformando un meeting pacífico, respetuoso del orden y de las leyes, en una explosión de violencia popular que se extendió desde el centro a los barrios periféricos, produciendo cuantiosos daños a la propiedad pública y privada”. Mientras una delegación trataba de entregar un petitorio en la Moneda, un grupo de seis mil personas “entre los cuales habían muchos individuos bebidos y que pertenecían casi en su totalidad a los revoltosos y desocupados que no desean trabajar, se quedó frente al palacio de la Moneda y trató de forzar la entrada” (según informa el expediente judicial[63]). A partir de ahí, “se desató el espiral de violencia que asolaría a la capital durante tres días, dejando un elevado número de víctimas y cuantiosos daños materiales”[64].

La evidencia de que los tarifazos pueden generar brotes insurreccionales nos hizo estar alertas en febrero de 2016 ante un tímido pero contundente brote de protestas espontáneas ante el alza de pasajes del Metro de Santiago, que generó una pronta y desmedida respuesta policial. Parecía claro que el desajuste al interior del sistema de transporte de mercancía humana no sería tolerado.

Ya antes, el 2010, habíamos podido apreciar cómo en Concepción luego del terremoto/maremoto del 27 de febrero el Estado pareció disolverse brevemente en medio de saqueos masivos y desórdenes públicos que hicieron declarar estado de excepción y sacar tropas militares a controlar el orden. Estuvimos alertas a esos signos, pues sabíamos que en esos momentos se puede vislumbrar lo que hay por debajo de la fachada del “orden público”, y porque habíamos estudiado atentamente el magnífico libro de Pedro Milos, Historia y memoria. 2 de abril de 1957 (LOM, 2007), redactando incluso una breve síntesis sobre dicho acontecimiento en el segundo y último número de la revista Comunismo Difuso (2011)[65].

Precedentes: 1968, o ¿acaso es esto revolución?

“La historia presenta pocos ejemplos de un movimiento social de la profundidad del que estalló en Francia en la primavera de 1968; al menos no ha habido ninguno en el que tantos cronistas se han puesto de acuerdo para decir que era imprevisible. Esta explosión ha sido una de las menos imprevisibles de todas. Resulta, sencillamente, que jamás el conocimiento y la conciencia histórica habían sido tan mistificados”

René Vienet, Enragés y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones

Las similitudes entre el 1968 francés y el estallido chileno fueron señaladas por no pocas personas. En parte porque en ambos eventos saltaba a la vista la explosión de creatividad, la imaginación popular expresada en las paredes, que para muchos es lo más destacable de mayo del 68, un movimiento que a pesar de su profundidad tras décadas de tergiversaciones es visto como una mera “rebelión estudiantil”, y no como la más grande huelga salvaje de la historia.  Por eso es que, desde el vórtice de dicho torbellino, los situacionistas encargaron a Vienet redactar rápidamente un libro sobre lo que ellos llamaron el “movimiento de las ocupaciones”, seguros como estaban no sólo de su relevancia global que marcaba “el comienzo de una época”, sino también de que muy rápidamente se iban a verter toneladas de tinta y saliva sociológica tergiversando y ocultando aspectos clave de ese gran estallido, para presentarlo como un superficial fenómeno juvenil y no como “el regreso de la revolución social”[66].

En efecto, había más de una similitud entre ambas revueltas, y entre ellas merece destacarse lo que señala la cita de Vienet que pusimos arriba: acá en Chile, salvo un par de “intelectuales” como Atria o Mayol que pretendieron haber “profetizado” el evento, lo cierto es que los políticos profesionales, periodistas, policías y cronistas en general “no vieron venir” algo que evidentemente estaba en el aire desde hace mucho tiempo, y que no tomó por sorpresa a los escasos grupos revolucionarios que aún existían en ese momento.

Los situacionistas declararon no haber profetizado nada, sino que solamente señalaron lo que ya estaba allí: “Sencillamente, después de treinta años de miseria que en la historia de las revoluciones no han contado más que un mes, llegó ese mes de mayo que resume treinta años”[67].

Otra similitud que me parece necesario destacar es que luego del acontecimiento de mayo/junio del 68, los izquierdistas en general se turnaban para señalar que “no fue una revolución”. Este aspecto es clave, puesto que en Chile se habló de “estallido social”, “revuelta” o de “rebelión popular”, sobre todo desde la izquierda, mientras la derecha más extrema tendió a diagnosticarla de inmediato como una “insurrección”, e incluso como una revolución de nuevo tipo, a la que algunos llamaron “molecular”[68].

La comparación del octubre chileno con el mayo francés ha sido tomada por el ya aludido Carlos Peña en La revolución inhallable para denostar ambas como “seudorevoluciones” o meras “revoluciones culturales”, motivadas según él y Alain Touraine por el “éxito” del sistema capitalista, y que por ende no lo impugnan seriamente[69]

Más cerca nuestro, Igor Goicovic ha dicho que el estallido chileno empezó como revuelta y se transformó en rebelión, pero que “en ningún caso llegó a ser una revolución” [70], mientras Budrovich y Cuevas señalan que “la única transformación revolucionaria que puede preciarse de ser tal es aquella en la cual se supera el modo de producción basado en el trabajo asalariado y la valorización del valor” [71]. Pero el mismo Goicovic señala que el modelo de revolución que tuvo a la vista es el francés y el ruso[72] y, por otra parte, la revolución anticapitalista radical o comunizadora que refieren Budrovich y Cuevas no es la única forma de revolución posible, y de hecho no ha “triunfado” hasta ahora en ninguna parte, lo cual no significa que no hayan existido y sigan existiendo otras muy diversas formas de revoluciones.

Paradójicamente, el concepto de “revolución” proviene de la denominación que se le da al movimiento de un astro alrededor de otro, retornando siempre al mismo punto inicial. A partir de ahí, adoptando un sentido bastante diferente, pasó a designar “una transformación que hace que no exista retorno al mismo punto”. En ese sentido el concepto revolución designa lo mismo que la re-vuelta: un movimiento de retorno a un punto de partida que permite un re-comienzo, una transformación. Como señala Guattari, la revolución es “un proceso que produce historia, que acaba con la repetición de las mismas actitudes y de las mismas significaciones”, “una repetición que cambia algo, una repetición que produce lo irreversible”. La revolución es siempre imprevisible e imposible de programar. No es un evento, sino un proceso: “la revolución es procesual o no es revolución”[73]. Por eso, cuando se empezaron a instalar placas conmemorativas por todas partes y a los niños en la escuela se les obligaba a recitar de memoria la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, “se trataba de una revolución que ya no tenía un carácter procesual”.  A eso podríamos sumar otro ejemplo notable: cuando el cadáver de Lenin fue momificado y exhibido en la Plaza Roja era una señal clara de que la revolución rusa finalmente había dado paso a la contrarrevolución.

Por esto es interesante tener en cuenta que, en 1969, al publicar el análisis detallado de los hechos del año anterior, sus propios “resultados y perspectivas”, la Internacional Situacionista señalaba: “Tras la derrota del movimiento de las ocupaciones, tanto los que participaron como los que tuvieron que padecerlo se han planteado a menudo la pregunta: ‘¿Fue una revolución?’. El empleo extendido, en la prensa y en la vida cotidiana, de un término cobardemente neutral –‘los acontecimientos’- señala precisamente el retroceso ante la respuesta, ante la formulación siquiera de la cuestión” [74].

Echando mano a varios ejemplos históricos para recordar que una revolución que no consigue triunfar sigue siendo pese a ello una revolución, citando como referencia las revoluciones de 1848, la revolución rusa de 1905, la española de 1936 y la húngara de 1956, la IS sostiene que:  “Todas estas crisis, inacabadas en sus realizaciones prácticas e incluso en sus contenidos, aportaron sin embargo muchas novedades radicales y pusieron seriamente en jaque a las sociedades a las que afectaron, por lo que pueden ser calificadas legítimamente como revoluciones”. Las revoluciones que no triunfan pueden de todos modos “producir historia”, y no necesariamente deben ser medidas por la magnitud de la matanza: “Revoluciones incontestables se han afirmado con choques poco sangrientos, incluso la Comuna de París que acabaría en masacre, y muchos enfrentamientos civiles han acumulado miles de muertos sin ser en absoluto revoluciones”.


[1] https://www.emol.com/noticias/Nacional/2019/10/18/964802/Desobediencia-civil-evasion-Metro.html

[2] https://twitter.com/gabrielboric/status/1184635220403933184?lang=es

[3] https://www.ciperchile.cl/2019/10/26/cabros-esto-no-prendio-protestas-estudiantiles-desobediencia-civil-y-estallido-social-en-chile/

[4] https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2019/10/27/la-desobediencia-civil-es-necesaria/

[5] Pensar el malestar. La crisis de octubre y la cuestión constitucional.

[6] Big Bang. Estallido social 2019.

[7] La ciudad de la furia.

[8] Rebelión.

[9] Octubre en Chile: Acontecimiento y comprensión política: hacia un republicanismo popular.

[10] He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza (Agotado).

[11] Siete Kabezas. Crónica urbana del estallido social (Agotado).

[12] Del primero podemos citar la reedición de Nos fuimos quedando en silencio, y del segundo El estallido chileno y El precio de la noche. Diálogo imaginario sobre la tiranía.

[13] Evadir. La filosofía piensa la revuelta de octubre de 2019, Libros del Amanecer, 2020. Este volumen editado por Cristóbal Balbontín reúne los trabajos de 57 filósofos y académicos de universidades chilenas.

[14] La Revista de Sociología de la Universidad de Chile dedicó su Vol. 35 Núm. 1 (2020) al Dossier: Teoría política para una época de incertidumbre.

[15] Por ejemplo: Varios Autores, Chile Despertó. Lecturas desde la Historia del estallido social en Chile, Universidad de Chile, 2019.

[16] https://www.uc.cl/noticias/antropologia-lanza-sitio-con-cartografias-de-las-crisis/

[17] USACH, 2019. Este volumen reúne los trabajos de 21 expertos en diversas ciencias sociales.

[18] Pléyade. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad de Chile, 2020.

[19] LOM, 2022.

[20] Kurü Trewa, 2020.

[21] Se puede descargar acá: https://www.lemondediplomatique.cl/lea-o-descargue-gratis-el-libro-insurreccio%CC%81n-popular-convencio%CC%81n.html

[22] Destacan los informes del Instituto Nacional de Derechos Humanos, Human Rights Watch, Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos.

[23] LOM, 2022.

[24] Sangría, 2020. Publicado en inglés por Errant Bodies Press, 2022, en traducción de Sebastián Jatz Rawicz.

[25] Metales Pesados, 2021.

[26] DobleA, 2021.

[27] El Líbero, 2020.

[28] FJG, Ideas & Propuestas N° 302, 29 de julio de 2020. Disponible en: https://www.fjguzman.cl/wp-content/uploads/2020/07/IP_302_anarquismo.pdf

[29] Publicado por Ceibo en diciembre de 2019, justo a tiempo para ser usado como regalo de Navidad, y rápidamente pirateado y distribuido en la cuneta.

[30] Editorial Ocho libros, 2021, que lo promociona como: “Bello libro de gran formato, con más de 200 fotografías de los rayados callejeros del Estallido Social, y un profundo análisis social y del discurso detrás de la narrativa de esta época a cargo de Darío Quiroga y Julio Pasten. Incluye textos breves a cargo de 16 autores para ampliar esta suerte de polifonía de miradas respecto a la intensidad del 18 de octubre”.

[31] Tempestades, 2020.

[32] LOM 2020. Los tres libros de LOM que hemos referido forman parte de la Colección 18 Oct, que ya lleva 15 títulos.

[33] Ver los extractos de la declaración de Gonzalo Yusseff ante la comisión especial investigadora del “Caso Bombas”, en la sección “Contracriminalística y chanchología aplicada” de Revolución hasta el fin N° 0, año 1, 2014, págs. 15-20. Disponible en: https://www.yumpu.com/es/document/view/24445650/revolucion-hasta-el-fin-01-

[34] El sol ácrata, Año VIII/Segunda época/N°5/ octubre de 2019, 1000 copias de circulación gratuita. Disponible en: https://periodicoelsolacrata.files.wordpress.com/2019/10/el-sol-acc81crata-octubre-revuelta-de-2019.pdf

[35] Pensamiento y Batalla/Vamos hacia la vida, 2021.

[36] Memoria Negra, 2021.

[37] Incluido en Marx y Bakunin están de vuelta.

[38] Ver a modo de ejemplo dos textos publicados meses antes del estallido por Comunidad de Lucha: https://lapeste.org/2018/04/saltar-el-torniquete-de-la-no-vida/ y https://comunidaddelucha.noblogs.org/post/2019/06/19/sobre-la-rebelion-estudiantil-y-la-revolucion-social-que-se-avecina/

[39] Rodrigo Karmy, “Momento destituyente”, El Desconcierto, 26 de octubre de 2019. Incluido en El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado (Sangría, 2019).

[40] Toda historia merece ser contada: El volumen 1 de León Trotsky, 1905-Resultados y perspectivas, fue publicado en Chile durante los mil días de la Unidad Popular como segunda parte de la Colección Épocas Revolucionarias de una “Biblioteca de Educación Política”, cuya primera entrega fue un texto de Lenin sobre 1905. La tercera entrega de la Colección, que iba a ser el vol. 2 de los “Resultados y perspectiva”, no alcanzó a materializarse, pues antes sobrevino el golpe militar de septiembre de 1973.

[41] https://comunistasesotericos.noblogs.org/files/2020/10/Un-largo-octubre.pdf

[42] Relave ediciones, 2022. Disponible en: https://necplusultra.noblogs.org/post/2022/04/19/revuelta-en-la-region-chilena-un-balance-historico-critico/

[43] Grez, Sergio, Contribuciones en torno la revuelta popular (Chile 2019-2020) en Ignacio Abarca Lizama (compilador), Editorial Kurü Trewa/Instituto de Estudios Críticos, 2020, p. 121.

[44] Articulada siempre como categoría de exclusión, pues si existen ciudadanos es porque también existen los no-ciudadanos, la ciudadanía opera siempre en concomitancia con el poder de un Estado/Nación, respecto al cual el ciudadano dialoga y a la vez participa como parte del Estado: al votar, una persona “se hace parte” directamente del aparato de dominación política. Por eso es absurdo hablar de una “revuelta ciudadana”: los ciudadanos no se revuelven en contra de nada, pues se entregan voluntariamente dejándose moler en el molino mítico de la democracia.

[45] Un colega que trabaja en instituciones de derechos humanos me decía que con su pareja estaban ideando un “instrumento” que consistía en una tabla para poder recoger las distintas demandas de las consignas y paredes, clasificándolas luego en base a con qué derecho humano específico enlazaba. Yo me preguntaba: ¿y en qué tipo de Declaración o Tratado caben consignas como “Hasta que todo caiga”, “Cuicxs culiaxs, ¡que arda Providencia!”, “Deja el fuego ser poema”, “Fui a dejar mi opinión con una piedra” o “Acompáñame a pasar por el caos a ver si algo en nosotrxs también se enciende”. ¿Derecho de rebelión? No: era la an/arché como comunismo de la inteligencia y anarquía de los sentidos, lo que Benjamin llamaba “el verdadero estado de excepción”: In girum imus nocte et consumimur igni.

[46] De Maistre proclama al cerrar sus “Consideraciones sobre Francia” (1796) que “el restablecimiento de la Monarquía, que llaman contrarrevolución, no será una revolución contraria, sino lo contrario de la revolución”, y agrega: “se acostumbra dar el nombre de contrarrevolución al movimiento, cualquiera que sea, que ha de dar muerte a la Revolución; y, puesto que este movimiento será contrario al otro, habrá que esperar consecuencias opuestas”.

[47] Prefacio del traductor a León Trotsky, Informe de la delegación siberiana, Ediciones Espartaco Internacional, 2002.

[48] Círculo de Comunistas Esotéricos, Tiempos mejores. Tesis provisionales sobre la revuelta de octubre de 2019, Santiago, Noviembre de 2019. Disponible en: https://comunistasesotericos.noblogs.org/files/2020/03/Tiempos-Mejores-1.pdf

[49] Luis Campos Medina, “Evade! Reflexiones en torno a la potencia de un escrito”. Dossier “Chile Despertó”. Universum vol.35 no.1 Talca jun. 2020. “Este trabajo forma parte del Núcleo Milenio Arte, Performatividad y Activismo, financiado por la Iniciativa Científica Milenio (ICM), del Gobierno de Chile”. Disponible en: https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-23762020000100018

[50] Considerandos 1, 2 y 3 del Decreto 472 del Ministerio del Interior y Seguridad Pública, de 18 de octubre de 2019, publicado en el Diario Oficial al día siguiente. El decreto trae las firmas del Presidente Sebastián Piñera, del Ministro del Interior, Andrés Chadwick, y del Ministro de Defensa, Alberto Espina.

[51] https://www.emol.com/noticias/Tendencias/2019/10/21/965030/Chile-Manifestaciones-Ninos-Adolescentes.html

[52] Tal como resume adecuadamente el considerando c. de la Resolución 5520 de la Dirección General de Movilización Nacional, de 20 de noviembre de 2019.

[53] Me refiero en detalle a esta pieza clave del orden capitalista chileno en “la ley de seguridad del Estado como instrumento de represión política”, Radio U. de Chile, 21 de febrero de 2020. Incluido en Julio Cortés Morales, La violencia venga de donde venga. Escritos e intervenciones de antes y durante la revolución de octubre, Vamos Hacia la vida, 2020, págs. 127-131. Hay que destacar que Carlos Ibañez del Campo gobernó primero como dictador entre 1927 y 1931 (en ese lapso fundó Carabineros de Chile), se vio involucrado en nuevos intentos de golpes de Estado como el de sus amigos los nacional-socialistas chilenos en 1938, y entre 1952 y 1958 gobernó como presidente elegido democráticamente, gracias al apoyo de sus amigos los socialistas-nacionales (en este lapso nos dejó la Ley de Seguridad del Estado).

[54] https://www.cnnchile.com/pais/rodrigo-ubilla-aseguro-que-el-anarquismo-insurreccional-es-un-enemigo-poderoso_20141006/

[55] La idea de los “perros sueltos” conecta la historia del aplastamiento de la revolución alemana y el posterior surgimiento del nazismo con las andanzas de la DINA y la CNI durante la última dictadura militar. Ver: Alfred Döblin, Noviembre 1918, Barcelona, Edhasa, 2018 y Lucy Oporto Valencia, Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo. Santiago, USACH, 2015. En: https://issuu.com/editorial-usach/docs/los_perros_andan_sueltos_digital10abril__1_

[56] https://www.ciperchile.cl/2020/08/18/carabineros-revela-que-disparo-104-mil-tiros-de-escopeta-en-las-primeras-dos-semanas-del-estallido-social/

[57] Rodríguez, Á., Peña, S., Cavieres, I. et al. Ocular trauma by kinetic impact projectiles during civil unrest in Chile. Eye (2020). En:  https://www.nature.com/articles/s41433-020-01146-w

[58] Pablo Ortúzar, El estallido chileno (2019).

[59] Pauta.cl, Más de 4 mil manifestaciones y 25 mil detenidos: el balance del estallido social, 30 de agosto de 2020. 

[60] Editado en Chile por Pensamiento y Batalla (2021).

[61] https://www.theclinic.cl/2013/05/24/albert-camus-y-la-chaucha/

[62] A esa movilización y a la “huelga de la carne en 1905 se ha referido el historiador Sergio Grez en Una mirada al movimiento popular desde dos asonadas callejeras (Santiago, 1888-1905), disponible en: https://web.uchile.cl/vignette/cyberhumanitatis/CDA/texto_simple2/0,1255,SCID%253D21042%2526ISID%253D730,00.html

[63] Causa Criminal de Oficio contra Rosamel Salas y otros. Materia: desórdenes públicos contra la autoridad, Policía de Santiago, 1º Juzgado, Nº1337. Citado por Sergio Grez, op. cit.

[64] Ibid.

[65] Existe una versión que nuestro amigo y camarada Cristóbal Cornejo subió a El Ciudadano: https://www.elciudadano.com/organizacion-social/2-de-abril-de-1957-valparaiso-concepcion-y-santiago-insurrectos-por-el-alza-del-transporte/04/02/ Cristóbal vivió intensamente la revuelta chilena del 2011, pero se quitó la vida en marzo del 2015. De todas formas, en octubre uno podía sentir su presencia danzante en medio del fuego.  

[66] El libro se encuentra disponible en el Archivo Situacionista Hispano: https://sindominio.net/ash/enrages.html

[67] Ibid.

[68] Ver el texto de Daniela Carrasco, “18 de octubre: el inicio de una revolución molecular”, El Líbero, 6 de noviembre de 2019. Incluida en: La insurrección chilena desde la mirada de la Fundación Jaime Guzmán (2020), pág. 12. En Félix Guattari lo “molecular” equivale a la dimensión micropolítica, a diferencia de lo “molar”. El antiguo nazi devenido ideólogo de la nueva derecha posfascista Alexis López Tapia también “teorizó” acerca de lo que llamó “revolución molecular disipada”, llegando incluso a hacer clases sobre el tema ante las fuerzas armadas de Colombia justo antes del estallido social ocurrido en ese país desde abril del 2021. Y no sólo suministró argumentos a los represores para no dudar en aplastar la revuelta implacablemente, sino que su teoría fue referida en un polémico tuit por el ex presidente Álvaro Uribe. En brevísimos cinco puntos el derechista Uribe resumía la situación y terminaba señalando: “Resistir Revolución Molecular Disipada: impide normalidad, escala y copa”, y pedía fortalecer a las Fuerzas Armadas cuando ya habían asesinado a más de 24 manifestantes.

[69] Se trata de un opúsculo encargado a Peña por el think tank derechista Centro de Estudios Públicos https://www.cepchile.cl/cep/estudios-publicos/n-151-a-la-180/estudios-publicos-n-158/la-revolucion-inhallable

[70] https://elporteno.cl/igor-goicovic-el-18-de-octubre-y-el-ejercicio-de-la-violencia-politica-popular/

[71] Jorge Budrovich y Hernán Cuevas, “Lo que esconde el ‘estallido social’: un evento en busca de un nombre y un protagonista”. Pléyade. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Especial Revueltas en Chile, octubre 2020, pág. 35-43.

[72] “Estoy utilizando el concepto de ‘revolución’ como lo han utilizado, entre otros, George Rudé, por ejemplo, para caracterizar la Revolución Francesa de fines del siglo XVIII, o Eric Hobsbawm, al momento de caracterizar la Revolución Bolchevique de 1917”.

[73] ¿Revolución?, en: Félix Guattari y Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid, Traficantes de sueños 2006, pág. 211.

[74] “El comienzo de una época”, Internacional Situacionista N° 12, septiembre de 1969. Disponible en: https://sindominio.net/ash/is1201.html

Comparte, Difunde